Capítulo 12

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—Deberías escribir un libro...

Habían pasado quizá dos semanas desde que Hermione había aparecido en su puerta, solo dos días después de que había dejado San Mungo ("¿Cómo demonios conoce mi dirección, Granger?"), con una maceta en una mano y una sonrisa en la cara.

—Se supone que iba a quitármela de encima— había bufado él, pero igual se había hecho a un lado y Hermione había entrado.

Pero de eso habían pasado ya quince días. Hermione había continuado apareciendo y Snape continuaba abriendo la puerta.

El hombre dejo de remover su poción para mirarla. La castaña le estaba devolviendo la mirada desde el otro lado del laboratorio donde se había dedicado a cortar raíces casi en silencio. Casi, porque de algún modo, siempre tenía algo para decirle, aunque Snape casi nunca se interesaba por tener algo para responderle.

—¿Un libro?

Había elevado la ceja izquierda.

—De pociones— aclaró —tú propio libro de pociones.

Su ceja se elevó un poco más, si es que eso era posible.

—¡Oh, vamos! Básicamente reescribiste el libro de Harry...

—Mi libro— la cortó.

—Cierto. TU libro.

Snape descubrió en ese momento que Hermione solía morderse el labio inferior cuando pensaba demasiado en algo.

—Entonces, ¿eso es un si?

Snape rodó los ojos, pero Hermione lo había notado. Las comisuras de sus labios tirando imperceptiblemente hacia arriba, en algo peligrosamente parecido a una sonrisa.

—Yo lo compraría.

El silencio había vuelto hacia un par de minutos, pero Hermione término rompiéndolo.

Snape rodó los ojos con fastidio, pero igual la miró y ella le sonrió.

Snape no le sonrió de vuelta, en realidad casi nunca lo hacía.

—¿Espera, entonces, que lo escriba solo para usted?— inquirió escéptico.

Hermione le sonrió, genuinamente le sonrió y Snape no estaba seguro si en algún punto terminaría de acostumbrarse a ese gesto.

—Podrías...

Y de nuevo se estaba mordiendo el labio tan imperceptiblemente que era casi imposible que cualquiera lo notara.

Pero Snape se había dado cuenta. Siempre se daba cuenta...

Y la había escuchado, y había escrito un libro, y le había obsequiado la primer copia, a ella, y ella lo había besado...

Hermione volvió a enterrar el rostro entre sus brazos; la cabeza iba a explotarle y la luz demasiado brillante que entraba por cada ventana del Gran Comedor no estaba resultando de mucha ayuda.

Volvió a mirar la infinidad de bandejas llenas de comida frente a sus ojos y las náuseas amenazaron con volver. Definitivamente sería solo agua por el momento.

Hacía casi 10 minutos que se encontraba sentada a la mesa de Gryffindor, sola, cuando se percató de el par de ojos que la estaban mirando demasiado fijamente.

Giró para mirarlos y casi enseguida, se arrepintió del brusco movimiento, pero al segundo siguiente algo más la había hecho olvidarlo.

—¡Oh! Tienes que estar bromeando— bufó, ganándose una mirada indignada de Draco Malfoy, sentado considerablemente cerca de ella para ser... Bueno, Malfoy.

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