CAPÍTULO 3- En la boca del cordero

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Ludolf despierta sin saber bien si es día o de noche, pero sin poder olvidar el delicioso y consolador tacto de las manos del chico sobre su rostro adormecido que, inmerso en su sopor, solo notó parcialmente esa caricia, como parte de un sueño nebuloso, de una maravillosa alucinación difusa.

Pero tras tanta confusión por el simple recuerdo hay una verdad irrefutable que Ludolf conoce: él sabe que esa noche, tras esa gentil y aniñada caricia, lloró.

Ese maldito criajo insolente como si no temiera a la muerte e inocente como un caramelo edulcorado por los mismos ángeles, le hizo llorar con solo unos segundos de contacto.

Enfadado por el enorme efecto y la ridiculizante repercusión que tuvo ese liviano acto, ese mísero gesto, en las emociones del vampiro, este decidió endurecerse dentro de su armazón de amenaza.

Debía reforzar su, robusta y bien formada por los años, coraza de odio y terror que irradiaba ante los demás para protegerse del enemigo. Había pensado en un principio que lo más poderoso de esos humanos eran sus armas que podían herirle, aunque jamás asesinarle, pero ahora se daba cuenta de que había algo que le hacía correr un riesgo aún mayor, incluso de forma inconsciente: ese chiquillo que, sin querer, penetraba en sus emociones y le hacía debilitarse como un prisionero de guerra confesando, le hacía desnudar sus emociones, exponerse como el humano blandengue que lloró aquella noche de fuego y gritos.

-Hola Mord... Digo, Ludolf.- dijo Leo entrando por la puerta. Bostezó pero aún las pequeñas ojeras que se formaban bajo sus ojos a Ludolf se le antojaba feliz y risueño- Me gusta tu nombre, suena a guerrero.

Su interlocutor giró el rostro, decidido a no hablarle, no se mostraría débil ¡Él era el enemigo, no podía entablar una jodida amistad con él!

- ¿Hola? ¿Me escuchas?- La afilada mirada carmesí del vampiro fue la única respuesta necesaria, aunque Leo se sentía extrañado y ciertamente decepcionado, creía que había hecho avances con él y estaba esa mañana inusualmente feliz por ver al vampiro y pensar que podría charlar con él como si fueran compañeros.

- ¿Qué te pasa? Bien estás, eso seguro, si te encontraras mal no me podrías estar asesinando con la mirada de esa forma.- comentó dejando ir una leve risa y por poco al vampiro también se le escapa una con cierto deje irónico- Estás cabreado ¿Verdad? - giró el rostro ofendido ¿Porque ese capullo le hablaba como a un criajo si tenía cientos de años más que él? ¡Le hacía hervir la sangre esa arrogancia!

- Perfecto, ahora el vampiro tiene una pataleta....-Dijo para hacerle enfurecer, cosa que consiguió al instante, pero de todas formas los labios de Ludolf siguieron sellados.

- Si yo fuera tu también estaría enfadado y con ganas de matar a todo el mundo. No te culpo. Aunque también te digo que aquí soy el único que está de tu parte, pero mi jefe no accede a soltarte, dice que eres peligroso y no se equivoca, pero creo que tenerte así es... inhumano. Mil veces más monstruoso de lo que se supone que tu eres. Aunque yo no te considero un monstruo, los vampiros sois fantásticos- Hizo una leve pausa y miró a Ludolf.

Ojos clavados en él y boca levemente apretada. No hablaría, pero estaba claro que le escuchaba, prestaba atención.

- Algo monstruoso... como dicen todos los de aquí, debería ser algo horrible, deformado, vil y repugnante... Tu sin embargo no me pareces malo, a ver, eres peligroso y sin esas cadenas supongo que ahora estarías sacándote los restos de mi cuerpo de entre los colmillos con un palillo de dientes, pero no eres malo... Además, joder, eres como un puto ángel, siempre he oído que los vampiros erais atractivos, pero... Jo-der- Leo rió un momento y sus mejillas se pintaron de rojo acumulando ahí un dulce e intenso aroma a sangre y Ludolf no pudo pensar nada más que en como el cabron de ese humano, sin hacerle hablar, había logrado enternecerlo de nuevo.

Como arena entre los dedos -YAOI- [En Amazon]Where stories live. Discover now