prólogo.

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Me arrellané más en el sillón en el que me encontraba, junto al calor de la chimenea, y aferré los lomos del libro que trataba de leer

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Me arrellané más en el sillón en el que me encontraba, junto al calor de la chimenea, y aferré los lomos del libro que trataba de leer... por milésima vez desde que había aprendido a hacerlo por mí misma. Las Crónicas del Reino eran uno de mis libros favoritos, hecho que se había producido por las multitudes de historias que corrían sobre el pasado de nuestro reino, de cómo fue antes de que llegara el Enviado con sus demonios para invadirnos y convertirse en el nuevo señor, asesinando a sangre fría al último rey...

Y a toda su familia.

Pasé con premura las páginas hasta llegar a ese punto de la historia, el punto de inflexión de todas nuestras vidas. De nuestro futuro.

Me humedecí el labio inferior al encontrar el capítulo exacto, el que había leído una y otra vez casi de forma obsesiva.

Moví mis labios al compás de mi lectura, pronunciando en silencio cada palabra, recreando en mi cabeza las imágenes que evocaban esos párrafos escritos.

«Nuestras pesadillas se hicieron realidad en un momento que nuestro reino se encontraba débil, al borde de una guerra civil por el futuro de la corona.

El príncipe no quería ocupar el lugar a su padre cuando llegara tan funesto momento; la negativa del único hijo del rey hizo que se avivaran las brasas de la codicia por parte de los allegados más cercanos. Si el príncipe no quería ser rey, ¿quién podría sustituirle?

Los demonios aprovecharon la debilidad de nuestro reino para aparecer, sumiendo en un caos de fuego y ceniza todo lo que conocíamos. Fueron eliminando uno por uno a los miembros de la familia real, dejando en último lugar al rey, quien luchó arduamente para proteger a su reino.

Y entonces el Enviado apareció en mitad del caos, controlando a sus bestias y ordenándoles que no siguieran masacrando a las gentes. Las hordas de criaturas que obedecían a su señor se detuvieron, esperaron...

El Señor de los Demonios, como así también se le conocía, se dirigió al rey, herido de muerte, con una sonrisa perversa entre sus labios.

—Rendíos y quizá os perdone la vida —dijo con su tono ronco y oscuro.

El rey, quien sabía que La Muerte venía por él, gastó sus últimas energías en escupir al monstruo:

—Yo no hago trato con demonios.»

Suspiré, deteniéndome en aquel punto de la historia, pues sabía perfectamente cómo continuaba, palabra por palabra.

La ofensa y el desprecio del rey antes de morir habían sido lo que había empujado al Señor de los Demonios a establecer ese tributo anual en el que todas las jóvenes del reino, cuya edad estuviera comprendida entre los diecisiete y veinte años, serían reunidas para que él mismo bajara de su castillo de piedra para escoger a una de ellas.

Nadie sabía qué le empujaba a elegir a una o a otra chica.

Nadie sabía para qué las necesitaba —aunque corrían habladurías al respecto—.

Queen of ShadowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora