🌑 Capítulo 26 🌑

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Hannah



Sostuve un grupo de tres corbatas distintas frente a Daniel. La primera era negra satinada y muy elegante, la segunda poseía un bellísimo color verde esmeralda y la última revestía una gran cantidad de tonalidades púrpuras en un abstracto diseño.

—¿Cuál prefieres? —pregunté.

—Cualquiera está bien —contestó sin más.

—No entiendes la importancia de la corbata —Lo regañé y me giré a decidir yo misma.

Cualquier persona que nos conociera a ambos pensaría que yo sería la más complicada a la hora de escoger un atuendo, pero llevábamos más de dos horas y aún no había tenido tiempo de probarme un solo vestido debido a la indecisión de Daniel. Era como si fuese incapaz de decir «sí» o «no». Para él, todo parecía estar bien, cualquier cosa era perfecta, lo cual no me satisfacía en absoluto, pues después de haber solicitado un permiso especial para abandonar la escuela, traerlo a la tienda y probarle distintos trajes, no íbamos a volver con algo que apenas fuera medianamente bueno.

En mi muñeca relucía un brazalete, similar a un reloj digital, pero que no podía quitarme por mi cuenta. Llevaba una cuenta regresiva para informarnos cuántas horas nos restaban antes de tener que estar presentes en el punto de encuentro fijado con los encargados de llevarnos de regreso a la Academia. Por si fuera poco, también servía como GPS en caso de que quisiésemos escapar.

Daniel traía uno idéntico en el brazo contrario.

—Compra esta —exigí, entregándole la corbata fucsia.

—No hay problema —contestó animadamente.

—¡No! —chillé—. ¿En serio planeas comprar todo lo que te diga?¡¿Dónde quedó tu autonomía?!

Estaba enojada y Daniel se daba cuenta, pero era una persona demasiado apacible como para responder con la misma rabia con la cual yo lo enfrentaba. Ni siquiera mis gritos lo alteraban, lo que resultaba odioso, ya que cuando el resto de los clientes se volteaban a vernos, yo quedaba como la chica sin paciencia y él como un inocente joven.

—La verdad es que yo me pondría lo que cuál vendedor medianamente confiable me ofrezca —admitió—. Por eso, prefiero confiar en tu criterio.

Apreté mi mandíbula y mis puños al verme sin motivos para enojarme. Lo que resultaba tremendamente injusto, y tierno a la vez.

—No aceptaré reclamos después —amenacé.

—No me atrevería a quejarme contigo —dijo, levantando las manos y haciendo un gesto de inocencia.

Abandonamos la tienda con un par de bolsas que contenían el vestuario completo de Daniel para el día de la celebración.

Hacía mucho tiempo que no me encontraba rodeada de tanta gente. Desconocidos que iban y venían de un lugar a otro, absortos dentro de sus propios pensamientos. Ninguno de ellos era consciente de la realidad que pasaba por su lado, permanecían dentro de la protección que les brindaba su propia ignorancia. Pude, incluso, sentir celos. No importaba si era aquí afuera o allá adentro, en cualquier caso, yo seguía siendo un eslabón insignificante, que debía obedecer órdenes, lo cual me hacía sentir tremendamente frustrada.

Llegamos a un local de comida rápida, donde el tiempo que permanecimos en la fila nos ayudó a decidir entre las distintas combinaciones de menú que se ofrecían en televisores colgados sobre el mostrador.

SelenofobiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora