55 ~ Esa dichosa letra pequeña

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—¡Camita, he vuelto!

Marlene se lanzó sobre su amada cama. Jamás imaginó que llegaría a extrañarla tanto. Pero sin duda lo que más había extrañado eran sus hermosos libros.

Finalmente, la dichosa luna de miel había concluido.

—Bueno, ya llegamos.

Aleix dejó las maletas en el suelo, junto a la entrada de la habitación. No podía negarlo, él también se sentía cansado por el viaje.

Marlene no perdió el tiempo. Ya tenía un libro nuevo entre manos, pero el comentario de su esposo la obligó a dejarlo de lado.

—¿"Llegamos"? —le miró ceñuda —Llegué—corrigió.— Esta es mi casa. Mi guarida. ¡Mi palacio!

—Marlene, ahora estamos casados, ¿recuerdas? —lució el anillo con grande satisfacción.

En ese mismo instante, Ángela llegó. La muchacha se había hospedado allí durante su luna de miel. En esos días, había ordenado y limpiado el pequeño apartamento, logrando que dejara de ser una pocilga.

—¿Ocurre algo? —preguntó al notar el malhumor de su amiga.

—Aleix piensa que vivirá aquí conmigo —se quejó, señándolo. — Pero aquí solo hay espacio para mí y mis libros.

Lo amaba, sí, pero tampoco quería tenerlo junto a ella todo el tiempo, porque de esa manera sería imposible leer.

—¡Pero si están casados!

Ya no debería dejarse sorprender por las tonterías que decía Marlene, pero era inevitable.

Marlene debió haber sabido que Ángela nunca se pondría de su lado. Se sintió sola en medio de aquel campo de batalla. ¿Es que acaso no vendría nadie a apoyarla?

—Eso le dije yo —Aleix se sentía más agotado por aquella tonta discusión que por el viaje.

—¡Basta! ¡Deja de atacarme con la dichosa letra pequeña! Primero me dices que piensas en tener un hijo —comenzó el conteo con los dedos —Que, ojo, eso nunca va a pasar. Segundo —levantó otro dedo —, haces que me disfrace de caperucita para que tú me ataques como el lobo pervertido que eres.

A Ángela se le encendieron las mejillas y miró a Aleix con la boca abierta. Jamás imaginó que le gustaran ese tipo de fantasías sexuales.

—Y ahora me dices que tenemos que vivir juntos —sacudió los brazos, exasperada. —¡Tus contratos tienen más letra pequeña que los préstamos de Cofidis!

Aleix sacudió la cabeza, sin duda muy cansado. Su esposa era un auténtico nido de problemas.

—Vamos a ver... —comenzó, al mismo tiempo que ponía las manos sobre sus hombros.

—¡Ya entendí! —se alejó, echándose para atrás —¡No soy ninguna tonta! Sé que no vas a cambiar de idea. Así que, ni modo, viviremos juntos, pero que te quede bien clarito. No pienso dejar atrás a ninguno de mis hijos. ¡Ninguno!

Aleix asintió. Desde un principio supo que esa sería su única condición.

Marlene había creído que por fin podría tomarse su merecido descanso, pero eso no pasó de una mera ilusión. Después de haber sufrido la agotadora luna de miel, comenzaron con las mudanzas.

Un mes y medio después, Marlene comenzó sus clases en la Universidad. Quería profesionalizarse en el campo literario. Aleix por su parte, comenzó a trabajar como recepcionista en un hotel de cuatro estrellas.

No hubo ninguna clienta que abandonara el hotel sin una sonrisa plasmada en el rostro. Incluso las amargadas sonreían. Y el responsable era Aleix. Con sus majestuosas sonrisas, su hermosura y su carácter, lograba lo imposible.

—Ya estoy en casa —se anunció el alegre esposo.

Recorrió el ancho corredor y cruzó el salón. La puerta del fondo era la de la habitación conyugal.

Halló a Marlene sentada con las piernas cruzadas sobre la cama, concentrada en una nueva lectura. Apenas le obsequió dos segundos de su tiempo y un triste ademán de mano.

El feliz esposo reprimió un suspiro, se sentó en la cama y comenzó por descalzarse. A pesar de todo, no podía quitarle los ojos de encima a su esposa.

Así acostumbraban a ser sus días. Su relación de pareja seguía sin sufrir fracturas. De algún modo, se respiraba paz. El silencio abundaba sobre todas las cosas. De lo único que podía quejarse, era de ser ignorado con frecuencia, y también de la poca actividad de su esposa. Marlene le había dicho que hacer el amor le resultaba fastidioso. Aunque no siempre.

Los días se convirtieron en meses, y así fue transcurriendo el tiempo. Con cambios insignificantes. No se asomaban muchas sorpresas. Su vida era tan tranquila que podría parecerle aburrida a los demás, pero Aleix no se quejaba. Él era feliz. Y Marlene también.

Marlene publicó su primer libro, y aunque tuvo un número de ventas impresionante, (teniendo en cuenta que era el primero), ella no se sintió satisfecha. ¡Quería más!

¡Quiero ser como la de Harry Potter! Declaró con decisión, y se puso a teclear como una loca.

Marlene era una buena escritora, pero... sus libros no eran precisamente amorosos. Los crímenes hacían parte de ellos. Además de los escenarios sangrientos. Pero ese no era el problema, sino sus finales injustos. No tenían la conclusión esperada, y eso dejaba perplejos a sus lectores.

Sin duda destacaban.

—¿Cómo te ha ido en el trabajo?

Aquella muestra de interés era sin duda muy valiosa para Aleix. Le hacía saltar de alegría.

—Bien, naturalmente —le respondió orgulloso, recargando la barbilla en su hombro derecho.

—Ya veo —con esas dos palabras quiso concluir aquella muy corta conversación, porque el libro estaba demasiado interesante como para dejarlo para después.

—Marlene, mi amor —pero estaba claro que Aleix sí tenía la intención de que le pusiera el separador. Comenzó a besarle los nudillos de una de sus manos, tentándola.

—Ahora no, que este libro está muy interesante —su mente se había dividido entre la tentación y el deseo de seguir leyendo. No podía ignorar el cosquilleo en su bajo vientre.

—¿Segura? —Aleix se levantó la camisa, dejando a la vista su perfecto vientre ejercitado.

Por más lectora que fuera, Marlene fue incapaz de ignorarlo. Era demasiado perfecto.

—Segura —afirmó, aunque su voz era un nido de dudas. Había comenzado a temblar por el deseo.

—¿Segura?

Marlene no pudo más. En cuanto le vio deslizando el dedo índice por entre los cuadrados de sus abdominales, dejó el libro de lado y se lanzó sobre sus labios, hambrienta.

Hacía algún tiempo que en aquella cama no hacían otra cosa que no fuera dormir.

Te volverás adicta a mí #1 [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora