Capítulo IX

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Susana.

—Sí señora, claro, no se preocupe —respondí a la madre del pequeño que sollozaba las razones por las cuáles había decidido buscar ayuda, al tiempo que repasaba en mi celular la lista de invitados para la boda.

No era gran problema, por lo que entendí, sólo un niño que al parecer se peleó con su amiguita. También había tomado algo que era de su padre, y matado a una rata.

Matar a una rata es comprensible, no es una violencia sin sentido contra el gato de la familia o algo así. Es posible que el niño hubiera escuchado que los papás intentaban matarla y se asustó cuando la vio, así que le arrojó lo primero que pudo.

Según supe en la breve entrevista con los padres, nunca antes había tenido un comportamiento que pudiera considerarse violento y ni siquiera demasiado extraño, acaso peculiar. Es cierto que cuando hablé con él mostraba un estado de tristeza constante, pero para mí no había nada claro que lo causara. No había ninguna pérdida familiar reciente ni mostraba signos en su comportamiento que me indicaran violencia de ningún tipo. En las pruebas no apareció ningún rasgo de ataques sexuales tampoco.

En resumen, no había nada de extraordinario en ese caso, nada que justificara interrumpir mis planes de boda ni mis pequeñas vacaciones.

Lo que sí era extraordinario, eran los preparativos que estaba haciendo mi madre junto con mis amigas. Se ofrecieron a encargarse de todo mientras yo trabajaba con el niño y me mandaban fotografías de pasteles, centros de mesa y demás detalles todo el tiempo. ¡Bendito sea el que inventó los celulares con cámara!

Dediqué casi un mes a visitar la casa del niño dos o tres veces por semana, pues su padre prohibía de manera tajante que saliera de la habitación, así fuera para ir a la consulta.

Al final, como dije, no encontré nada raro, excepto lo cercana que se había vuelto la relación entre mi novio y Violeta —Una de mis damas—, así que conseguí el nombre de un «colega-no-oficial» en internet, hablé con él a grandes rasgos acerca del caso y envié al niño por un poco de ayuda extra.

Excelente, licenciada —había dicho el sujeto por teléfono—. Aquí entre nos, tengo algunas cosas que no se han vendido muy bien últimamente.
—Parece que hablara de caramelos —dije un poco incómoda.
Los «caramelos» nos harán el trabajo más fácil a todos —respondió quitándole importancia— y al niño le darán unas horas libre de esa tristeza.
—Supongo.

Me convencí de no pensar más en ello y salí de aquel vecindario lo más rápido que pude, antes de que no hubiera boda que celebrar.

A fin de cuentas ¿qué tan mal le podría ir a aquel niño?

Hugo, el locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora