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La mansión de Jim no era el lugar más incómodo del mundo. De hecho, era todo lo contrario. Jardines inmensos con arreglos florales impresionantes, cosa que le encantó a Miranda; una alberca en la parte trasera de gran tamaño y una peque cancha de tenis personal atrajo demasiado al resto de los Pasajeros. Entonces, ¿qué era lo que mantenía a James tan inquieto en el interior de sus largos pasillos, extensos muros y habitaciones con clase?

Era simple. No estaba en casa. No estaba en su tierra. No estaba dónde debía estar. Ni él ni los demás Pasajeros. Sin embargo, había otra cosa que le causaba esa incomodidad. Algo que todavía no había aceptado desde el momento en el que descubrieron que Jim era el James de esa Tierra, y que no pertenecían a aquél universo.

—Hola —Dianne apareció de repente en el rellano del balcón del a habitación donde James se estaba quedando. Habían pasado ya tres días desde que habían llegado a Londres y las cosas se estaban tornando bastante interesantes—. ¿Qué tal vas?

—¿Con este asunto del Triángulo? —se bufó James—, sigo recapacitando en ello.

—Ninguno de nosotros ha podido ignorar el hecho de lo que estamos viviendo —respondió la mujer. Avanzó lentamente hasta quedarse al lado de él, recargando los hombres sobre el barandal y admirando los jardines que, a la luz de la luna, se veían más llamativos e impresionantes.

—Turbulencia, el Triángulo de las Bermudas, Susurradores, el Gobierno tras nosotros, una Isla... ¿qué sigue?

—Olvidaste el viaje en el tiempo y en las dimensiones.

—Cierto...

—Max sigue intentando acceder a los datos de la MI6, con ayuda de Miranda. Intentan buscar más información acerca de... nosotros. Los datos que tienen, y la última pista que pescaron de nosotros.

—Eso va muy bien.

—Borró la información de las cámaras de la prisión donde Jim nos rescató hace unos días. Están en un punto ciego. Estamos a salvo.

James sonrió por un momento. Era un alivio sentirse en descanso por unos días, pero la preocupación que le provocaba un temblor en el cuerpo se debía, no a lo que ya había pasado, sino a lo que estaba por ocurrir.

Secuestrar a Blackwood. Desde el momento en el que James dio la idea, todos los Pasajeros, junto con Jim y Luna, reaccionaron de un modo poco inusual.

—¿Estás loco? —saltó Cooper.

—¡Debes estarlo! —corroboró Scott.

—¡Van hacer que nos maten! —añadió Dianne.

—¡No es suficiente con golpearlos, James? —siguió exclamando Cooper—. ¡Ahora quieres secuestrarlos! ¿Qué sigue? ¿El Papa? ¿Robarle un anillo o...?

—¡Necesitamos respuestas acerca de lo que quieren de nosotros! —estalló James—, y el único modo de conseguirlas es por medio de Blackwood.

Nadie respondió. Era lógico que si necesitaban eludir al enemigo, y al mismo tiempo proseguir con la misión de escapar de ellos, volver a su universo y no morir en el intento, necesitarían todo tipo de información.

—¿Quieres que entre a su base de datos? —inquirió Max—, es imposible. Lo único que logro sacar son mensajes no encriptados... no tanto, vaya. Acceder a la base madre de sus redes es algo casi imposible.

—¿Qué necesitas?

—Estar en su computadora —soltó Max—. Estar ahí, conectarme... el mayor tiempo posible para hacer una copia de todos sus archivos, tanto los reales como los fantasma.

PasajerosWhere stories live. Discover now