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El elevador se abrió justo al momento cuando Dianne llegó a él. El lobby estaba casi desierto a esas horas del día, pero estaba segura de que se debía a la época. No era temporada alta en esa parte del año... ¿o sí? Ella no lo sabía, y ni le interesaba saber. Su única meta era llegar a su habitación, dejar la maleta, la mochila, apagar el celular y tener un brillante baño de burbujas. La ciudad la dejaría para después. Tenía tiempo.

Las siguientes horas fueron las más tranquilas que había tenido en días. La tina del baño era de las mejores que había visto en su vida, y la cama, quizás la más cómoda. Su residencia temporal, el Hotel Meliá Avenida América, podía ser el mejor hotel en el que ella hubiera estado en su vida.

El hecho de haber aterrizado pocas horas atrás, pasado la noche en un hostal, y buscar un lujoso hotel a primera hora de la mañana mantenían las esperanzas de Dianne en su punto máximo. Quizás Ben tenía razón. Aquél viaje podía ser lo mejor que le había sucedido en la vida.

Ben...

Lamentablemente, no tenía teléfono celular. Sino, podría platicarle todo lo que estaba viviendo en Madrid. Llevaba menos de veinticuatro horas en la capital española, pero sabía que él estaría interesado hasta en el tamaño del colchón de su cuarto. ¿Por qué rayos decidió seguir de largo el viaje y no bajar en la ciudad con ella? Antes de tal hecho, ellos dos junto con Scott pasaron una tarde agradable. Eso no tenía ni doce horas de ocurrido. Después de una espléndida comida, Scott y Ben abordaron nuevamente el avión más lujoso del planeta, y partieron hacía el nuevo destino. Scott bajaría en París, mientras que Ben... bueno, la aventura lo esperaba. Ni él sabía dónde quería comenzar una nueva aventura.

—Me agrada la idea de conocer India —dijo antes de despedirse—. Tal vez China, no lo sé. Me gustan los canguros —dando a entender que Australia era un buen destino.

Después de ese momento, no tenía noticias suyas.

Sonaba muy tonto, pero a pesar de conocer a Ben durante sólo dos días, se había vuelto alguien especial para ella. Le recordaba mucho a su abuelo, y el hecho de haber estado con él durante un momento difícil, hacía todo mucho más complicado. No sólo le dio ánimos para tomar el vuelo y emprender una nueva etapa. No, también estuvo a su lado, casi, durante los peores tres minutos de su vida. Por un momento, tan sólo un momento, Dianne creyó que ahí terminaría todo para ella. Sin embargo, en lugar de alarmarse y llorar sus últimos instantes de vida, Ben compartió con ella y Scott una oración que los calmó hasta el grado de querer recibir el impacto con los brazos abiertos. No ocurrió, pero había vivido las consecuencias del susto.

Y ahora estaba ahí, sola, comenzando a vivir su propia historia.

El único inconveniente que atravesaba su mente eran los escasos traumas que el vuelo le había dejado. Por ratos, los recuerdos de las turbulencias, así como los gritos de las personas, regresaban a su cabeza y por unos segundos, Dianne volvía al pasado, a revivir ese momento una y otra vez. Tenía un día de haber sobrevivido a lo que pudo haber sido un impacto desastroso, sin embargo, el miedo aún lo tenía presente.

Pero... ¿miedo a los tres minutos que pasó? Dianne llevaba poco tiempo soltera, sin embargo, pudo superar el dolor los primeros días. No fue cosa fácil, de hecho, el dolor seguía vigente y ella intentaba ignorarlo. Había algo más... algo había ocurrido durante los tres minutos. No lo recordaba... tanto como los gritos o las oraciones de Ben. Sin embargo, había algo en su memoria. Había visto algo durante esos segundos de pánico y de terror.

Antes de cambiar de lugar con Ben, para mantener a Scott en sí mismo y que no perdiera el conocimiento, había mirado por la ventanilla. Esperaba ver el mundo de un modo horizontal, y el suelo, poco a poco, acercándose a la cabina del avión. Deseaba ver aquellas imágenes, esperando el momento del impacto. En cambio, no vio nada de ello. Una figura había aparecido entre la nada. La completa nada desapareció segundos después, dejando aquella extraña Pirámide a la vista de cualquiera que le hubiera dedicado dos segundos a la ventana del avión.

PasajerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora