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—Todo en orden —dijo uno de los encargados de la documentación—. Puede pasar a las salas de espera.

—¡Muchas gracias! —dijo Max, alegremente, y comenzando a caminar hacía la zona donde, por lo menos, doscientas personas esperaban para pasar a las salas de espera.

Su día marchaba del todo bien. Se había despertado temprano, desayunó con mucho entusiasmo, llegó temprano al aeropuerto y tenía muy buen tiempo. Si todo seguía marchando de ese modo, aquél día, 21 de Enero del 2017, sería el inicio de un viaje espectacular.

Max era delgado y tenía el cabello largo, bajo una gorra con el sello imperial de Star Wars. Usaba una playera con un estampado dónde se leía "I'm one with the Force and the Force is with me" en letras azules, y unos jeans con un par de agujeros que nadie se molestó en notar. A sus espaldas cargaba su mochila, donde traía la computadora portátil, su tablet y un par de cuadernos. Tenía todo calculado para aquél viaje. Si el Atlantic 316 realizaba bien sus vuelos, el tiempo de espera en cada ciudad podría aprovecharlo para conocer, por lo menos, los alrededores.

Su problema quedaba en dónde bajar. En qué ciudad quedarse para poder recorrerla, conocerla e incluso pasar ahí más de una semana. A Max le encantaba el nuevo proyecto que Atlantic estaba construyendo. ¿Un boleto en el avión comercial más grande de la historia? ¿Recorrer el mundo en siete días? ¿Poder bajarse en la ciudad que él quisiera y poseer un boleto de regreso con cualquier aerolínea, cualquier día? ¿Dónde firmaba? Cierto, Max ya había firmado y por eso estaba ahí.

Después de una hora, logró pasar los puestos de revisión de equipaje, y terminando de colocarse la mochila a la espalda nuevamente, avanzó hacía los locales de comida y de ropa que había en el aeropuerto. La gente hacía fila para cualquier lado al que Max dirigía la mirada. Los trabajadores de comida rápida gritaban un nombre y una persona se levantaba para recoger su comida; del otro lado, dos personas discutían acerca de los precios por unos binoculares; más al frente, una señora de edad avanzada miraba tazas de café con frases de filósofos y sacaba la cartera de su bolsillo para poder pagarla.

En ese momento, Max dirigió la mirada hacía una de las máquinas expendedoras del pasillo. Había por lo menos diez personas esperando en fila, y la que estaba hasta el frente intentaba contar su dinero para poder comprarse algo.

—¡Rápido, llevamos aquí mucho tiempo esperando!

—¿Por qué no contaste tus monedas antes de formarte?

—¿Estás sordo o qué?

Max corrió hacía el lugar y, sin darse cuenta, sacó dos billetes de su bolsillo. Sin esperar a que la persona que estaba hasta el frente se lo afirmara, metió ambos billetes en la máquina y dejó que el producto cayera. Una bolsa de papas. Las monedas del cambio cayeron por debajo de la máquina.

Max tomó la bolsa de papas y tomó al hombre del hombro para apartarlo de la fila.

—Gracias —dijo el hombre—. Rayos, nunca pensé ver tanta gente en mi vida.

—Te sorprendería si algún día vas a la Cómic con —dijo Max—, lo más extraño es que la mayoría van disfrazados. Nunca reconocerías a nadie.

—Bueno, de todos modos te lo agradezco. Me llamo James.

—Max —en lugar de tenderle la mano para saludarlo de un modo formal, abrió la bolsa de papas fritas y se la ofreció—. ¿Una?

En cuanto James metió la mano a la bolsa, Max la soltó.

—¿Qué haces?

—Son tus bocadillos —dijo Max—, sólo eran unos centavos de más.

PasajerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora