Capítulo 8

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Habia pasado una semana desde que Elizabeth comenzó una nueva vida.

La joven juraba que se podía envejecer cien años a causa de soledad, tristeza y añoranza. Ella era la prueba viviente. A pesar de que la casa del marques de York era enorme, hermosa... y prácticamente deshabitada, nada se movía de su lugar, no habia ruidos, ni siquiera se podía oír a las sirvientas platicar, de hecho, la joven habia notado que la casa era estricta con lo referente al servicio, como también lo era con las horas de comidas, dormir y leer. Casi se podría decir que tenían una pequeña agenda mental en donde prácticamente todos los días se hacía lo mismo.

Se entenderá que para ese momento la rubia estaba a punto de arrancarse el cabello, solamente para salir de la rutina y tal vez se escucharía algún ruido en aquel castillo sumido en el mutismo.

- Elizabeth siéntate como corresponde- le indico su cuñada.

Estaban sentadas en uno de los salones para damas, con la intención de pasar el resto de la tarde leyendo o bordando, cosa que enloquecía a Elizabeth siendo ella una mujer de jardín o espacios grandes y libres.

Otro tema que la volvía loca era Helena Pemberton, hermana mayor de su esposo, era prácticamente la dueña del castillo. A ella se dirigían los empleados, disponía de las comidas, aceptaba invitaciones de baile, incluso rechazaba visitas que iban dirigidas a Elizabeth. Robert habia salido desde hace tres días, con la indicación de que iría a revisar unas tierras que saqueadas hace unos días. Por lo que estaba sola con las dos arpías. Parecía como si Helena fuera la nueva esposa y Elizabeth un simple florero recién comprado.

- Estoy bien así Helena- la ignoro Elizabeth ante su llamado de atención -Me encuentro cansada.

- La marquesa de York no puede sentarse como una cualquiera- le indico Valentina con arrogancia, y si hablábamos de esa mujer, prácticamente era la mascota de su cuñada, un perrito faldero que se habia propuesto criar.

- Demos gracias a dios que no eres la marquesa, sino si tendríamos ese problema y no precisamente con el sentado- sonrió triunfal al ver la descomposición en la cara de Valentina.

- Eres una grosera, no sé cómo Robert se casó contigo... Oh espera, prácticamente lo obligaste- Valentina devolvió la cucharada.

- No lo obligue a nada- dijo en un suspiro, ese tema era el favorito de las arpías, la molestaban continuamente con el tema del beso.

- No, por supuesto- dijo sarcásticamente Helena dando vuelta a su hechura-Un beso en público no arruinaría el honor de mi hermano.

- En realidad...- comenzaba a defenderse Elizabeth.

Pero un escándalo en el pasillo le hizo imposible la tarea de callarlas.

- ¿Qué está pasando?- dijo Helena a Valentina.

- ¡Eh dicho que pasare!- decía una voz del otro lado de la puerta - ¿¡Desde cuando se me impide ver a mi prima!?

Elizabeth se puso en pie al reconocer la voz de Katherine elevándose hermosamente sobre las demás. La joven corrió a abrir la puerta, encontrándose con la escena de Kate capturada por el mayordomo y algún otro empleado que seguramente acudió ante el desajuste en el hogar.

Su prima pelirroja la miro con aquellos ojos azules relampagueantes que solo ella podía poseer.

- ¿Me ayudas?- levanto la ceja.

- Déjenla- ordeno -Es prima mía, nunca le impidan la entrada.

Los dos hombres soltaron inmediatamente los brazos cautivos de la joven, como si de pronto les quemaran.

Lo que desata un beso (Saga los Bermont 1)Where stories live. Discover now