2. Una tonada del arpa (EDITADO)

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Al caer el día, los siete primos, galantes y presentables, se dirigían a la velada que prometía ser espectacular, nada menos prometía la elegante invitación que había llegado a Bermont y nada menos esperaban ellas al asistir.

Las jovencitas que viajaban juntas en la misma carroza, sentían el nerviosismo de su apuesta hecha con antelación, especialmente Elizabeth, quién planeaba ganar, nada la frenaría, ni siquiera unos presuntuosos hombres que pensaban que con solo llegar las damas se tirarían ante sus pies.

La hermosa rubia, envalentonada por su belleza y seguridad, dio el primer brinco fuera de la carroza, cautivando rápidamente al resto de los invitados por el color vino de aquel vestido pomposo. Elizabeth sonrió hacia el resto de sus primas y tiró la frase detonante: "qué gane la mejor", acto seguido, se echó a correr hacia la casa, saludando sutilmente a lord y lady Pimbroke para después perderse entre la gente.

—¡Oh, señorita Kügler! —la tomaron del bazo—, es bueno verla, todos claman por que toque un poco de su hechizante música de arpa.

—Ah, sí, claro —dijo distraída—, quizá luego señora Marsher.

—Querida, por favor, no te hagas del rogar —la mujer miró hacia los lados y se acercó a ella lentamente—, escuché que ciertas personalidades andan vagando entre nosotros, sería una manera sutil de llamar la atención ¿No cree?

Elizabeth asintió con una sonrisa peligrosa.

—Sí, tiene toda la razón, ¿Dónde está la dichosa arpa?

La mujer sonrió satisfecha y la tomó de la mano para guiarla, Elizabeth sonreía mientras se dejaba llevar por el elegante salón, buscando incansablemente entre la gente alguna mirada desconocida, pero resultó infructuosa su búsqueda, no veía nada más que lo normal: sus primas estaban juntas y sonriendo a algún galante caballero conocido, sus primos charlando con amigos, la abuela sentada en una mesa con mujeres adultas como ella, el abuelo ganando en las cartas... suspiró. La gente, los nobles y los ricos seguían siendo los de siempre, quizá no hubiesen venido. Pero el comentario de la señora Marsher mantenía sus esperanzas a flote, si había personalidades nuevas e importantes, tenían que ser ellos.

La bonita muchacha acomodó su crinolina al sentarse y dispuso el arpa para comenzar a tocarla. Muchos decían que cuando Elizabeth tocaba el instrumento, el salón entero quedaba prendado de ella, había dado buenos resultados en el pasado, esperaba tener los mismos en esa ocasión. La gente rápidamente se acercó al dulce sonido y contempló embelesado la figura que tocaba sedante las cuerdas del instrumento, la joven tarareaba una dulce canción que después comenzó a entonarse en palabras.

Elizabeth se concentraba tanto en el sonido que era normal encontrarla con los ojos cerrados, sonriendo y disfrutando de lo que hacía. Le gustaba el instrumento, apreciaba la atención. Pero no se esperaba que cuando abriera los ojos, no habría nadie a su alrededor, solo una imponente mirada azulada a solo diez pasos de ella. No entendió bien el porqué, pero se puso nerviosa muy a pesar de estar acostumbrada a tocar frente al público.

—¿Señor? ¿Se encuentra bien?

—¿Por qué no habría de ser así?

—Bueno, parece ensimismado y bueno, aquí no hay nadie más que usted.

—Se me hizo una falta de respeto que abriera los ojos y nadie estuviese escuchándola, siendo que en realidad fue obligada a sentarse a tocar.

Elizabeth se puso colorada y sintió un nudo en la garganta.

—No tocaba para nadie, señor, solo lo hacía por placer.

—¿En serio? —aquel hombre dejó salir un atisbo de sonrisa y la miró— ¿Me va a decir que cuando abriera los ojos, no esperaba ver a toda una multitud aglomerada a su alrededor, aplaudiendo?

Lo que desata un beso (Saga los Bermont 1)Where stories live. Discover now