3. Una fiesta de campo (EDITADO)

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La majestuosa y exuberante mansión se dejaba ver a lo lejos, la fiesta de campo de lady Malert era el centro de atención de la sociedad londinense, aquella fiesta era una de las más esperadas debido a su larga duración de una semana, los invitados se quedaban como huéspedes todo ese tiempo.

Las horas de camino dejaron exhaustas a las cuatro invitadas de Bermont, quienes tuvieron que soportarse encerradas en una misma carroza, nadie había querido enfrentarse al aburrimiento de Katherine, o al mal humor de Marinett, también estaba la parlanchina boca de Elizabeth y las quejas constantes de Annabella. Por tal motivo, las jóvenes se alegraron cuando por fin pudieron descender del carruaje y encontrarse con sus anfitriones.

—¡Bienvenidos sean! —se inclinó la dueña del lugar, quien portaba un vestido tremendamente apretado del entalle, haciendo que del vestido brotaran sus senos descarada y peligrosamente—. Es un gusto que nos honren con su presencia.

—Gracias Lady Malert, nosotros somos felices de ser invitados —dijo el abuelo Frederick con aquella sonrisa dulce que le caracterizaba.

La mujer despegó los ojos del viejo y se enfocó en los tres galantes caballeros que platicaban amenamente lejos de la vista de la dama.

—¡Charles! —la mujer llamó efusivamente al pelirrojo primo irlandés, provocando que el resto de la familia también lo hiciera— ¡Qué bueno que has venido!

Elizabeth no logró reprimir una risita que su abuela le reprochó con la mirada. Pero el regaño inicial se basó en Charles, se entendía el porqué de la felicidad de la mujer.

—Sí, ¿Que bueno verdad? —dijo éste quitándose las manos de la mujer de encima—. Será mejor que entremos, tienes a más invitados que atender.

—Tienes razón, nos vemos dentro —le guiño el ojo y se marchó.

Elizabeth no podía creer del descaro, se suponía que estaba buscándole marido a sus gemelas, aparentemente no le importaba bajarles un buen prospecto con tal de sentirse complacida y joven.

Lizzy entro por la elegante puerta donde los sirvientes esperaban con sus equipajes para llevarlos a sus respectivas habitaciones. Los habían asignado en el segundo piso de la casa, las cuatro chicas ocupaban una recamara doble, encontrándose fascinadas por estar juntas.

—¡Al fin llegamos! — Elizabeth se dejó caer en una de las camas matrimoniales.

—¡Ay! levántate Lizzy —apuró Annabella— ¿No ves que te arrugas el vestido?

—¿Marinett quieres dar una vuelta a ver a quién encontramos? —preguntó Kate, su prima asintió.

—Nada de eso señoritas, primero me van a escuchar —su abuela entró en la habitación—. Se han metido en más problemas de los acostumbrados en estos días, por lo tanto, les prohíbo causar un escándalo en esta fiesta, como saben, su primo Gregory se casa apenas un mes después de nuestro regreso, espero que esa noticia desvié la atención de ustedes.

—Abuela, hablas como si fuéramos unas desatadas —dijo Elizabeth, ofendida.

—Me gustaría decir que son un pan de Dios, pero es pecado mentir.

—No haremos nada abuela —Katherine habló despreocupada, intentando contener la risa.

—Eres una de las que más me preocupa —la anciana se tocó las sienes previendo un fuerte dolor.

—Supongo que Elizabeth es la otra —se burló la pelirroja.

—Pero que va —se molestó la aludida—. Chales también es un coscorrón, no me digas que a ellos no los vas a regañar.

Lo que desata un beso (Saga los Bermont 1)Where stories live. Discover now