Capítulo 7

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Robert despertó a su hora acostumbrada, a pesar de haberse desvelado anoche, siempre se levantaba más tardar a las siete, normalmente a las seis para poder ir a montar antes del desayuno.

Pero no era un día como cualquiera, el primer indicio estaba en que su mujer aún estaba dormida entre sus brazos. Su cabello rubio comenzaba a deslumbrar con el sol que se colaba por la ventana, su pequeño cuerpo estaba pegado al suyo como si de alguna forma buscara protección, su mano había conseguido entrelazarse sobre la suya y sus labios plegaban una sonrisa placentera.

Se regocijo al darse cuenta de que era suya por completo, ese cuerpo desnudo que se presionaba contra el suyo estaba marcado por sus besos y sus caricias, el hacerle el amor había sido una experiencia nueva para él, prácticamente era la primera vez que tomaba a una virgen, debido a que se negaba a hacerlo con jóvenes que deseaban iniciar la mala vida de ser cortesanas, el que su esposa le brindara tal beneficio, lo hacía sentirse viril y extrañamente posesivo con ella.

Pero no la podía engañar, sus sentimientos hacia ella no habían cambiado, seguía pensando que el amor era algo tan difícil de encontrar que muchas personas nunca lo hacían, podía decir que por lo menos había desarrollado un especial sentido de fidelidad hacia ella, y las ganas inmensurables de protegerla, pero no la amaba.

Con esa resolución en mente. Se separó de ella con cuidado de no despertarla y se introdujo al baño para comenzar su día.

Elizabeth despertó por el frió que anteriormente no sentía, se movió sobre la cama solo para comprobar que estaba sola, no sabía cómo reaccionar ante eso, ella no sabía nada sobre las relaciones matrimoniales y menos las amatorias, probablemente era algo normal... pero algo dentro de ella le decía que no, aun así, sabía que él no la amaba... pero y ella, ¿Pensaba lo mismo? Debía admitir que después de esa noche se sentía un poco... cambiada, incluso sintió en momentos que de verdad lo amaba.

Se levantó de la cama y se colocó la bata. Apenas había hecho eso cuando Colette tocaba la puerta para ayudarla a lavarse y cambiarse para el desayuno.

- Señora, debe estar lista en cuarenta minutos- la apuro la joven -El desayuno es a las ocho y media.

- Tranquila no importara que llegue un poco tarde- la miro con extrañeza, su cuerpo reaccionaba en algunas partes de las cuales no tenía conocimiento con anterioridad - además, no tardo tanto en estar lista.

La joven sonrió y entro en el baño, pensando que esa punzada de dolor se quitaría con un baño caliento, el cual aparentemente estaba listo para ella.

Después de unos cuantos minutos, que terminaron solo siendo treinta, Elizabeth estaba lista para bajar a desayunar, con diez minutos de sobra, la joven le sonrió a Colette con suficiencia y asintió.

- ¿Ves? Te dije que no tardo mucho.

- Es porque usted es hermosa señora- asintió la joven.

- Gracias, bueno me voy- se despido con la mano de la doncella quien quitaba las sabanas.

Estaba saliendo distraídamente de la habitación al notar que las blancas sabanas de seda estaban manchadas de sangre, consternada ante esa visión, no noto cuando chocaba contra alguien.

- ¿Por qué no te fijas por donde vas?- dijo groseramente la voz de una mujer.

- Lo siento- se disculpó la rubia azorada por el momento incomodo que acababa de ocasionar.

- Bueno, pues ya que- Elizabeth apenas iba a intentar enmendar su error, pero solo pudo contemplar que la joven continua avanzando por el pasillo hasta llegar a las escaleras y bajarlas con presura.

Lo que desata un beso (Saga los Bermont 1)Where stories live. Discover now