Capítulo 20: La gema y el mago

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Por fin, tras una inquieta noche de descanso, interrumpida por los pensamientos de todos los escenarios que podrían salir mal con aquel plan, Alexander se puso de pie, listo para salir del castillo y regresar a Ziggdrall.

La idea de mandar a Lilineth y a Dante en primer lugar no acababa de convencerle y no había hecho más que ponerlo más y más inquieto con cada hora que pasó tras su partida. Ahora por fin podía moverse y evitar, de ser posible, que algo saliera mal en su elaborado plan.

El rey había ordenado tener listos los caballos necesarios para todos los que aún permanecían en el castillo, así que sólo tenía que salir a despertarlos.

Tras haberse acomodado el uniforme y abrochar las correas de su espada sobre su pecho, salió de su habitación con rumbo a la de su hermano.

No tuvo que caminar demasiado, puesto que ambas habitaciones estaban prácticamente juntas. Pero cuando estaba a punto de tocar, Sebastian abrió la puerta aún con el cabello revuelto mientras trataba de terminar de acomodar su uniforme. Alexander alzó una ceja en su dirección, hasta recordar que el muchacho había estado compartiendo habitación con Inanna, momento donde una sonrisa de burla apareció en sus labios.

—¿Buena noche, hermanito? —preguntó al mago tomándolo por sorpresa.

—¡Al! Estaba a punto de despertarte —respondió el muchacho, mientras evitaba responder a la pregunta de Alexander.

—No es necesario, ya estoy listo —dijo el líder sin borrar su sonrisa—. Aunque veo que tú aún no... Si deseas puedo ir a despertar a los demás y volver por ustedes al final...

—Alexander —reclamó Sebastian en voz baja, dando una furtiva mirada al interior de su habitación, mientras sus mejillas adquirían un nada común tono rosado.

—Yo sólo decía... —se defendió el muchacho, antes de que la sonrisa muriera en sus labios y recuperara la seriedad con cierto aire de tristeza—. Debemos irnos ya, no podemos dejar que algo salga mal de nuevo —pidió, invitando a su hermano a acompañarlo.

—Inanna nos alcanzará enseguida, vayamos por los demás —respondió el mago, imitando la expresión de su hermano y comenzando a caminar por el pasillo. No podían seguir perdiendo más tiempo.

Tras veinte minutos que los hermanos pasaron tocando de puerta en puerta de las habitaciones de los miembros de la armada, todos por fin se encontraron en una de las salas del castillo, terminando de prepararse y repasando los pasos del plan para que cada quien supiera exactamente a donde dirigirse.

Hasta que alguien que no pertenecía a Ziggdrall entró con una disculpa, dirigiéndose directamente a los hermanos.

El miembro del servicio de Arlan se dirigió a los muchachos con cierta formalidad, haciendo una reverencia antes de comenzar a hablar.

—El rey solicita la presencia de los capitanes antes de que se retiren —explicó, invitándolos a seguirlo con una reverencia.

Sebastian y Alexander intercambiaron una mirada confundida, comenzando a temer que algo hubiese salido mal antes de seguir al enviado fuera de la habitación.

En las escaleras que estaban a escasos metros de la habitación, los hermanos encontraron al rey, esperando por ellos y luciendo preocupado.

—Buenas tardes, muchachos —saludó con aparente tranquilidad, a pesar de todo.

Los hermanos regresaron el saludo con suma formalidad, hincando una rodilla en el suelo al momento de hacer una reverencia.

Darius negó con la cabeza, pidiéndoles que se pusieran de pie.

Cuentos de Reyes y Guerreros I: El MagoWhere stories live. Discover now