Capítulo 8: Viajes y confesiones

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Mirsha abrió los ojos apenas un par de horas más tarde, despertando a causa de unos golpes en la puerta.

Su espalda aún dolía cuando se levantó, y sentía que había dormido muy poco, pero justo lo suficiente. El muchacho se frotó los ojos con fuerza, intentando despertar y se dirigió hacia la puerta para abrirla.

En cuanto lo hizo, una maraña de pelo azul saltó velozmente a un lado, como si se apenara de ser vista. Pero, tras un par de segundos, volvió a hacerse visible por una de las orillas de la puerta con un par de blancos dedos agarrados con fuerza al marco mientras sus orbes azules y llenos de timidez encontraban la fuerza para mirarlo a la cara.

—Desayuno —murmuró Juvia sin moverse, como si al hacerlo fuese a conseguir que el príncipe le saltara encima o cerrara la puerta de golpe.

—¿Tan mal me veo para haberte asustado así? —bromeó Mirsha, sabiendo, aun sin verse en el espejo, que su apariencia no era precisamente favorable.

Despeinado y ojeroso, se imaginó.

Se pasó una mano por el cabello, intentando aplacarlo, al tiempo que salía al encuentro de la chica.

—Buenos días, Juvia —saludó haciendo una pequeña reverencia.

Pensó que, tal vez, si trataba a la chica de esa forma, como si el miembro de la realeza fuese ella, podría lograr que fuera menos tímida en su presencia.

Pero, al contrario de lo que esperaba, la chica contuvo un agudo chillido de sorpresa llevándose las manos a los labios y retrocediendo un paso antes de decidir abortar la misión y echar a correr hacia la parte de atrás de la habitación, dejando a Mirsha más que confundido.

El muchacho se quedó mirando hacia el sito donde la chica había corrido, preguntándose qué había hecho mal.

—¿Juvia? —la llamó, avanzando despacio hacia allá—. Lo siento... en serio... sé que no me veo precisamente bien, pero juro que no muerdo —bromeó sin esperanza.

A sus palabras respondió una risa, pero era una que no podía pertenecer a la muchacha. Antes de que lograra dar un paso más, el soldado que lo había ayudado el primer día, Lionel, apareció en compañía de la pequeña, empujándola con cariño para hacerla regresar hasta Mirsha.

—Bueno, no esta tan mal como creí, cariño —siguió la broma antes de saludar al muchacho con un gesto de cabeza—. Creí que habías dicho que tú querías invitarlo al comedor —insistió, logrando que las mejillas de Juvia se tornaran escarlatas.

—Yo... ah... no... Sí... es que... —farfulló nerviosa, bajando la vista sin agregar nada más.

—Es algo tímida —explicó al príncipe—. Tremendamente guapa y adorable, pero tímida —se corrigió—. Aunque le agradas —aseguró con una sonrisa enorme que hizo que sus dientes blancos contrastaran con la barba rubia alrededor de sus labios.

El príncipe no pudo evitar pensar en su padre ante aquella imagen. Sonrió también con cierta timidez, mirando a la chica también.

—Sí, es adorable —coincidió—. Buenos días, Lionel —saludó al soldado.

Siguió a ambos al comedor, presintiendo que comenzarían a cuestionarlo sobre lo que había pasado dos días antes pero, de nuevo, se equivocó. Lionel centró la charla en banalidades que creyó que le convendría saber a Mirsha, como el culto a los Dioses y los misterios de la armada, instando a Juvia a unirse a la conversación hasta que consiguió que la pequeña le hablara un poco, contando que hacía poco había llegado a la armada.

—¿De dónde vienes? —preguntó a la chica—. No conozco mucho de la geografía de Ziggdrall, pero quisiera tener la oportunidad de viajar... conocer otros países —confesó—. ¿Ya mencioné que soy un gato vago? —rió—. O quisiera poder serlo —añadió en un murmullo—. Conocer lugares... hacer mapas de sitios que no han sido cartografiados... —se encogió de hombros, reprimiendo una sonrisa.

Cuentos de Reyes y Guerreros I: El MagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora