Capítulo 9: El sabio y el colmillo

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Mirsha se revolvía en el suelo, sumergido en un sueño intranquilo que no parecía terminar. Parecía incapacitado de despertar hasta que el sonido de la puerta al abrirse de golpe lo hizo reaccionar.

Entonces, varias cosas sucedieron al mismo tiempo: despertó repentinamente, escuchando un grito morir en su garganta, al tiempo que pudo ver de reojo que un hombre se asomaba a la puerta. La adrenalina lo hizo terminar de despejarse, dándole la oportunidad de cambiar de forma antes de que el hombre mirara hacia abajo.

El gato se escondió entre la almohada y las cobijas, esperando pasar desapercibido.

—¿Deian? —preguntó el hombre entrando en la habitación. El sonido de su voz hizo a Dante levantarse de golpe y buscar en la oscuridad.

—¿Qué sucede, Lucius? —respondió el muchacho, aclarándose la garganta.

—Estabas gritando otra vez —dijo el hombre avanzando a través de la oscuridad hasta tropezar con las mantas, cosa que sólo lo hizo trastabillar antes de llegar a la orilla de la cama, tras haber pisado la cola del gato escondido en el proceso.

El gato maulló, corriendo a esconderse cerca de la mesita de noche, gruñendo por lo bajo y con los ojos brillándole, antes de que su pelaje lo hiciera perderse de nuevo entre las sombras.

—¿Eso era un gato? —añadió el hombre extrañado—. ¿Por qué trajiste a un gato al castillo, hijo?

—No tenía a dónde ir —respondió el asesino en un murmullo—. Es un poco tonto, como te habrás dado cuenta, pero no dará problemas —aseguró.

—Claro... y por eso le has dado toda la reserva de mantas limpias para dormir —reclamó agachándose para recogerlas y ponerlas sobre la cama.

—Mi habitación es fría —dijo el muchacho, evasivo.

—Ay, niño —respondió Lucius con una pequeña nota de cariño—. Al menos me hubieses dicho que estabas aquí. Pero, bueno... ¿En serio estas bien?

Mirsha salió despacio de su escondite, subiendo a la cama de un salto y haciéndose un ovillo a los pies de la cama.

—Ya te dije que sí —repitió el muchacho—. Y no estaba gritando.

—Claro, entonces había alguien más que lo hacía por ti —replicó Lucius, mirándolo inquisitivamente—. Sabes que puedes contarme las cosas, Deian —añadió con tono conciliador—. ¿Sobre qué era esta vez? ¿Has vuelto a soñar con ellas? —preguntó tratando de hacer hablar al muchacho.

—No, Lucius, no fue eso —respondió el asesino con tono cortante, como si quisiera obligar al hombre a callarse, pero él no se inmutó.

—¿Han sido las misiones entonces? Sabes que la muerte de Aarón no fue tu culpa, hijo —cuestionó en cambio—. Sé que últimamente has tenido que hacer muchos de esos trabajos, pero recuerda que han sido por buenos motivos.

—No podemos estar seguros de eso, Lucius —renegó Dante—. Nunca sabemos si son culpables realmente o no; sólo sabes que están muertos cuando terminas, sólo sabes que debes matarlos si no quieres ser tú el muerto.

—Sabes que sigue siendo el mejor lugar para que te quedes —intentó convencerlo—. Luego de que te fuiste...

—Ya lo sé, no estoy cuestionando a la corte lo suficiente aún para renunciar —lo cortó de nuevo, sonando a la defensiva—. Todo está bien, Lucius en serio. La última vez resolviste el problema y ya está. Ni siquiera recuerdo qué estaba soñando —aseguró—. No pasa nada, ve a dormir. No volverá a suceder.

El hombre lo miró largo rato tratando de leerlo a través de la oscuridad de la habitación antes de dejar salir un suspiro y poner una mano sobre la cabeza del asesino.

Cuentos de Reyes y Guerreros I: El MagoWhere stories live. Discover now