Capítulo 11: El consejero y el rey

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Los hilos del destino de ese muchacho eran diferentes a lo que hubiese visto antes. No estaba seguro si se debía a la procedencia que tenía o a la enorme cantidad de hilos dorados y desmadejados que lo rodeaban. Ese muchacho había acabado con muchas vidas y a pesar de todo, su origen era innegable.

El mago ladeó la cabeza observando a Mirsha desde el exterior de la celda. Parecía haber tenido una vida divertida y Shane sintió casi curiosidad por conocerlo, sobre todo mirando hacia el futuro de aquellos hilos de destino que aún no habían sido cumplidos.

El muchacho se removió como si luchara por despertar, y el mago pudo ver que su nariz sangraba de nuevo. No era de extrañarse, dado que el hechizo que había sido necesario para sacarlo de combate había sido uno bastante fuerte. Masculló y volvió a removerse, como si luchara contra sus sueños sin lograr despertar aún.

Shane hizo una mueca, era hora de empezar a moverse.

—No sé por qué no te has deshecho de él, Shane —reclamó la aguda voz de Beth.

—Porque lo encontramos en el cuarto del rey. Y eso ha interesado a su majestad —respondió el muchacho manteniendo la calma—. No es de este reino y quiere hacerle algunas preguntas. Quiero ver en qué termina esto —admitió.

La joven dejó salir un bufido de inconformidad.

—Tú y tu obsesión con los destinos —reclamó la chica antes de dar media vuelta y salir de los calabozos.

El mago la ignoró por completo, acostumbrado como estaba a las formas de la bruja, y esperó hasta que se marchó para ordenar a los magos que lo acompañaban que sacaran al muchacho de la celda. Debían estar frente al rey antes de que despertara.

Mirsha no opuso resistencia, a pesar de que sus ojos se abrieron por unos segundos, permitiendo que Shane pudiera ver el color esmeralda en ellos, rodeado por varios capilares rotos.

El mago siguió la comitiva escaleras arriba hasta la habitación del trono, donde inmovilizaron al muchacho en presencia del rey.

Hakém estaba, como de costumbre, sentado en su trono con un libro en las manos, que hizo a un lado para contemplar al prisionero con una ceja arqueada.

—Está inconsciente —reclamó a Shane.

—Está a punto de despertar, su majestad —respondió el muchacho sin inmutarse.

El rey hizo una mueca de desaprobación pero no agregó más, esperando a que Mirsha estuviera en condiciones de responder a sus preguntas. El muchacho se removió una vez más y sus párpados bailaron unos segundos, como si se resistieran a abrirse.

Finalmente, Mirsha logró despertar, mirando desorientado a todos lados y, al moverse, descubrió sus ataduras.

Shane pudo ver que esos ojos verdes parecían recobrar su fuerza, mirando después hacia el frente, donde el rey estaba sentado.

—¿Se puede saber qué hacías dentro de mi castillo? —preguntó el rey con su usual tono autoritario apenas el muchacho dio señas de despertar.

El príncipe lo miró como si le costara trabajo enfocar la mirada. Sus labios se abrieron un par de veces antes de que lograra decir algo.

—Buscaba... —dijo con voz rasposa—. Buscaba ayuda —se esforzó por decir.

El rey no necesitó mirar a Shane para que la arruga entre sus cejas se acentuara.

—No necesito que vengas aquí a mentirme luego de que te perdonamos la vida —reclamó el rey.

—¿Por qué habría de mentirle al rey —dijo en un murmullo débil— cuando mi propio padre es uno?

Cuentos de Reyes y Guerreros I: El MagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora