Capítulo 12: El diario y el Cetro

145 16 3
                                    

Mirsha despertó sintiendo un fuerte dolor de cabeza y mucho frío. Supo que se encontraba tendido sobre una cama, pero cuando abrió los ojos no reconoció el lugar.

El sentirse desorientado hizo que la adrenalina corriera por sus venas, despertándolo del todo y provocando que el muchacho se sentara de golpe en la cama.

—Alteza, ha despertado —escuchó la voz de Hakém hablar a su lado—. ¿Cómo se encuentra? Lamento mucho lo ocurrido, nunca pensé que mi consejero pudiera ser tan... incompetente para ser su guía —se disculpó, poniendo una mano en el hombro de Mirsha, invitándolo a volver a recostarse.

—Todo lo contario —replicó el muchacho. Aún sentía punzadas en la cabeza—. Creo que es bastante competente.

»Felicítelo por mí. Dígale que su magia es bastante interesante —añadió con amargura, pero hablaba en serio.

El muchacho consideró la idea de aceptar recostarse de nuevo, pero el recordar que había pasado tiempo y que no había enviado una señal a los muchachos de la armada lo hizo desistir.

—¿Felicitarlo por herir a un visitante? No lo creo —replicó el rey con el inicio de una sonrisa—. No se preocupe, no creo que mi consejero vuelva a molestarlo en toda su estancia, me he encargado de ello —aseguró—. Al contrario, en serio me gustaría saber cómo se encuentra usted.

—Bien —mintió el muchacho—. Sólo tengo un leve dolor de cabeza.

Buscó con la mirada por la habitación hasta que se encontró con que su ropa estaba sobre una silla. Sus palmas sudaron al darse cuenta de que el rey podría encontrar el diario o el comunicador con facilidad y, si eso sucedía, dejaría de ser el amable monarca que se presentaba ante él ahora.

—Llamaré a uno de nuestros shërim —ofreció el hombre poniéndose de pie—. Sólo descanse, mañana temprano podrá volver a casa.

—No —insistió—. Estoy bien. No necesito... estoy bien —repitió.

—No suena del todo bien. Enseguida vendrá alguien, no sé preocupe —dijo el rey dirigiéndose a la puerta, donde Mirsha pudo ver que había dos magos vigilando la entrada.

Hakém dijo algo en voz baja a uno de ellos antes de volver al lado de la cama del príncipe.

—No es necesario —insistió inútilmente.

—Ya vendrá alguien; ya hemos dado demasiadas molestias al príncipe como para no reparar el error. Seremos un reino con problemas, pero no por eso somos maleducados —replicó.

El muchacho hizo una mueca, moviéndose para salir de la cama, sentándose en la orilla.

—¿Usted tiene hijos, majestad?

Hakém lo miró completamente desconcertado.

—No, alteza, me temo que no. Aún no he podido casarme siquiera —consiguió responder, luciendo incómodo.

—Mirsha —corrigió el muchacho sin mucha emoción—. ¿Y no le preocupa quién se hará cargo de su reino después de usted?

»No quiero decir que se vea viejo —se apresuró a aclarar.

—Tengo poco más de treinta años —dijo con media sonrisa—. Y realmente me preocupa; creo que es el objetivo de que esté haciendo todo esto —admitió.

—¿Todo esto?

¿Treinta? ¡Es más joven que Darius!

—¿Habla de la guerra, majestad?

—No podría hablar de otra cosa. Es en lo único que puedo pensar. Se supone que es mi pueblo. Aunque parezca que no me importa, lo hace. Pero hay muy pocos dispuestos a escuchar lo que tengo para decir, por lo que mi título de poco sirve aquí.

Cuentos de Reyes y Guerreros I: El MagoWhere stories live. Discover now