Prólogo.

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Inglaterra, Hampshire. 1830.

Estimada Lisa:

Te escribo esta carta, porque no he tenido el valor suficiente para decirte frente a frente que he de romper nuestro compromiso. Lamento profundamente decirte que no puedo casarme contigo, pues hay una dama que ocupa un lugar muy importante en mi corazón.

He decidido embarcarme mañana y llevarme a Sabrina conmigo, muy lejos de Inglaterra.

Espero, puedas perdonarme algún día, nunca quise hacerte daño. Fuiste y serás, una mujer preciosa y maravillosa para mí.

Sé que cualquier hombre deseará casarse contigo y llegarás a ser muy feliz, como nunca lo hubieses sido a mi lado.

Hasta siempre, princesa.

Tu aliado y buen amigo. Duque de Windsor.

Carta enviada el 02 de marzo de 1825

Esa fue la carta que lady Lisa Stanton, hija de los marqueses de Winchester, leyó por más de tres años antes de quemarla y tirarla junto a todas sus esperanzas en un rincón muy lejano y oculto de su corazón.

Por un momento llegó a pensar que los años de amistad, complicidad y aventuras, harían que lord Windsor llegara a quererla y apreciarla más que como a una pequeña hermana. Ella deseaba que la mirara como la mujer que crecía junto a él, que se moldeaba a sus preferencias y buscaba ser perfecta para él. Pero no... Ella no era como Sabrina, ella no tenía los rizos dorados, bucles perfectos, ni el cuerpo escultural. Lisa simplemente era ella; una dama de cabellera castaña, ojos verdes y rostro común —por no hablar de sus enormes labios—. Su madre aseguraba que si no se casaba esta última temporada, se consagraría como una solterona sin remedio, pues un hombre poderoso y deseado la había convertido en el hazmerreír de toda Inglaterra cuando la dejó plantada a tan sólo días de su boda.

«Ya no más Lisa, ahora eres distinta».

Fueron meses de trabajo, todo tipo de torturas que dieron como resultado lo que su madre buscaba. Ya no era lo que todos quería ver: una dama sin gracia, con kilos de más caminando por los senderos de Hyde Park. Estaba delgada, lo había conseguido, pero aún no era esbelta ni mucho menos una beldad. Tenía veintitrés años, era su última temporada y su padre había aumentado su dote a treinta mil libras con el fin de atraer a algún hombre empobrecido al matorral.

Esa era su última oportunidad, y si todo salía bien ella podría recibir su dote a la mayoría de edad y largarse de ese horrible entorno que le privó de su libertad, que le arrebató su seguridad y que le hizo ver lo detestable que podía llegar a ser una persona por ambición.

En un tiempo deseó ser la duquesa de Windsor, una esposa perfecta que fuera capaz de mantener a su marido en su lecho; pero ahora, sólo quería quedarse como Lisa Stanton, una mujer que logró huir de las garras de un matrimonio desdichado que la habría condenado a ver como otra recibía el amor que ella quería para sí misma.

Nunca se casaría sin amor de por medio, y como nadie la amaría jamás, prefería largarse.

—Nuestro padre rechazó tres ofertas de matrimonio hoy —le dijo su hermana menor, quien leía tranquilamente uno de los libros que abundaban en la biblioteca.

—Posiblemente se deba a que todos me triplican la edad y su aliento es capaz de embriagar a cualquiera —ironizó, blanqueando los ojos.

El conde de Ross, su hermano mayor, alzó la vista del libro de cuentas.

—Lo he estado pensando, ¿qué tal si te casas con Beaufort?

Ella enarcó una ceja, divertida.

Aliados del Amor 01 *Libertinos Enamorados*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora