Los sacrificios humanos de Alicia

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Primer Capítulo; La guerrera de rojo y ámbar. 

Viento a ráfagas; rayos escarlatas del sol bañaban el escenario, realmente hermoso, olas rompiéndose como rocas, pero el único sonido que se escuchaba era el de espadas blandiéndose, cortando, gritos guerreros y, agonizantes. 

Una mujer preciosa blandía su espada de empuñadura dorada y el filo tan fino como la seda, pero letal, como una rosa, era hermosa pero esa belleza estaba condenada para ser peligrosa, condenada a estar rodeada de espinas. La mujer era castaña y de ojos ámbar, con el cabello corto y sus labios resaltaban en rojo ardiente sobre su piel como el papel.

Los demás guerreros se asombraban, tenía toda la apariencia de ser una mujer noble, ¿cómo podría pelear ella en esa guerra, y lo que es peor, mejor que ellos?, e incluso aun sin ser de buena familia, con tal belleza podría conseguirse una vida llena de lujos, fuera de los pueblos sometidos a la pobreza y guerras. Se movía con gracilidad y gran habilidad que  exponía su entrenamiento de años, no se le veía daño notable, pero solo era un manto de terciopelo, cubriendo y aparentando algo; su alma estaba llena de dolor, para una persona como lo era ella, inocente.

La razón por la que estaba ahí, recordaba, era por su padrastro… cuando era niña, murió su padre auténtico, el que tanto consentía y cuidaba de su pequeña princesa, quien la adoraba y mimaba, dándole siempre lo que deseaba, pero se fue a la guerra, donde perdió la vida; su madre no era bonita, sabía ahora que ella había heredado la belleza de su apuesto padre. Cuando él murió, su mamá decidió volver a casarse con un hombre horrible, un panadero. Era robusto y odiaba su barba, incluso si lo pensaba, odiaba todo de él. No lo aguantaba la pequeña, añoraba volver a tener a su padre, quería volver a ser la consentida y no la niña violentada por su padrastro… 

Cuando reaccionó se dio cuenta que ya alguien la había herido por fin en la pierna derecha con una guadaña, solo ahogó un grito, corrió, huyendo del dolor, huyendo de la guerra y todo. No quería seguir más.

Todo pasaba lento, hombres pasando a lado de ella para luchar contra más soldados, no escuchaba nada, solo palpitaban sus oídos, sus ojos se cristalizados, sangre manaba… se vio corriendo hacía un bosque, un lugar espeso donde esperaba no ser encontrada. Veía todo, comenzó a escuchar todo y al mismo tiempo nada, olas chocaban, guerreros peleaban, viento soplaba, cuervos danzaban surcando el cielo. El olor de humedad del bosque le recordaba al hombre que más amó, su padre, pero el de la sangre le recordaba lo ruin que era su padrastro con ella. Mareada no veía más que sombras y sentía el dolor… pero se tranquilizó. 

Cerro sus ojos, incorporándose sabía que ya estaba oculta en el bosque, los abrió, ahí estaba, en la tranquilidad y el aire más puro, sin el hedor de muerte, sin los sonidos de la guerra. No sabía por qué había preferido ir a la guerra que estar con su padrastro, pero lo recordó, sabía bien que para ella era mucho mejor, lo prefería. La herida no era muy profunda, pero su pantalón estaba empapado de sangre, suspiró. 

«Nada malo pasará, nada malo pasará.» se repetía una y otra vez, mirándose las manos sin soltar la espada, pidiendo al cielo que nadie la hubiera visto escapar, pensó y decidió que dejaría la guerra y se volvería fugitiva, a encontrar un pueblo, un trabajo aunque fuera de cocinera o asistente de algún sastre, encontrar algún chico… se conformaba con lo que fuera, aunque ya hubiera matado a decenas de soldados lo odiaba, se odiaba por eso y en esos momentos le pesaron más, le peso cada una de las vidas con las que acabó, le pediría a Dios perdón, de todo. Se alejaría de todo.

Pero el destino la tomó por sorpresa, escuchó pasos y una risa cruel, cuando advirtió al hombre él ya estaba apuntándola con un hacha. 

—No grites princesa. —Balbuceaba con una horrible sonrisa. —No soy de matar tan bellas mujeres, pero no me queda más alternativa.

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