Prólogo

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—Faltan veinte minutos —aseguró mi hermano, Killian.

Entrando a la habitación con un andar confiado, se colocó a mis espaldas. Asintiendo perdida en el reflejo que me devolvía el espejo, me puse la máscara, cubriéndome la mitad del rostro.

Volví a mirarme y, esta vez, confirmé que nadie podría averiguar quién se encontraba detrás del antifaz. Era, sin duda, irreconocible.

—Esta cosa me da calor. Por favor, la próxima vez piensen algo mejor —me quejé, abanicándome para atenuar las gotas de sudor que le daban un peculiar resplandor a mi piel del cuello.

Pasándome las palmas transpiradas por la falda, me alisé el vestuario. Era un vestido azul marino que había robado del armario de mamá, llegaba un poco más arriba de las rodillas y venía acompañado con un cinturón negro que se moldeaba a la cintura, dejando que la tela descendiera suelta.

Me había atado el cabello en una media cola, liberando algunos mechones a ambos costados del marco de la cara. Mi papá siempre decía que ese peinado me hacía verme bonita; lástima que nadie lo vería.

—¿Ya hiciste el calentamiento vocal? —preguntó Connor.

Acercándose, me tomó de los hombros, haciéndome unos rígidos y dolorosos masajes que, más que un intento de tranquilizarme, eran una técnica para aliviar su propio estrés.

—Todavía no, lo haré en seguida —contesté, dedicándole una sonrisa y obligándolo a que me soltase antes de que me sacase un hueso de lugar—. No te preocupes, todo irá bien.

—¿Alguien comprobó el sonido? ¡Alguien llame a Travis y que se asegure de eso! —habló a la vez que sacaba el celular del bolsillo y revisaba la hora.

Con una mueca, me volteé a mi mellizo, más calmado que nunca, quien, sentado en el sillón, tomaba un refresco en lata.

—¡Killian! ¡Haz algo útil, inútil! —exclamé. Él se limitó a tomar otro trago, encogiéndose de hombros como si nada pasara—. Ponte a practicar con la guitarra. ¡Ahora!

—Está bien, mamá... —se burló, dejando la bebida y poniéndose de pie. Al encaminarse a la guitarra, se detuvo, vacilante—. Y oye. ¿Has visto a Evan?

—¡No! ¡No lo he visto! —se adelantó a responder Connor con una expresión de horror, dispuesto a salir corriendo de la habitación en busca del resto de la banda.

Sujetándolo del cuello de la camisa antes de que pudiese escapar, tiré de ésta, aproximándolo a mí con un semblante serio.

—Intenta irte ahora mismo y será la última vez que veas la luz del sol. Ya hablamos de esto: inhala y exhala. Justo como en las clases de yoga —susurré con un tono que, alejándose de la contención cariñosa que había pretendido, se asemejaba más a la amenaza. Connor me contempló, asustado—. Todo estará bien, debe estar acostándose con alguien, pero estará aquí en...

Examiné el reloj en mi muñeca con el ceño fruncido y, con un gesto desinteresado, agregué.

—Diría que... Unos diez minutos. No durará mucho, sabes.

Connor soltó una risita nerviosa, liberándose del agarre. Cada vez que teníamos una presentación, se ponía más histérico que yo sin comida. Quería que todo estuviese perfecto. Su excesiva preocupación nos ayudaba hasta en los más pequeños detalles de los conciertos, sin embargo, lo mantenían cerca de un ataque cardíaco.

—Sólo... Descansa un poco, fíjate si tu guitarra está afinada. ¿Te imaginas que se desafine en medio del concierto? Definitivamente no quieres que eso pase... ¿Cierto? —Connor se dirigió al instrumento que reposaba en otro extremo del cuarto.

UncoverWhere stories live. Discover now