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Namizuki Nadia;
Estaba nerviosa, mi cuerpo temblaba y no sabía si era por el entrenamiento o por el ambiente que existía dentro de la guarida. Pues, ésta no era como la otra en la que estuve durante mis días de entrenamiento, la cual era tétrica pero esta era el triple. Y no exageraba.
Enseguida, comencé a arrepentirme de todo esto, porque también valoraba mi vida. Sin embargo, ya no había vuelta atrás, esto era lo que yo había decidido y jamás me echaría atrás con una decisión.
Tobi me animó con su interminable entusiasmo desde atrás y realmente se lo agradecía, porque calmaba mis nervios. Además, no tenía la menor idea que podía haber gente tan feliz y buena en Akatsuki. Era como mi payaso personal.
Ni siquiera en Konoha había personas como él, con la nobleza de un niño.
—¿Lista? —preguntó Deidara a mi costado, sin expresión alguna en su rostro. Aunque sabía con certeza que también moría de nervios.
Era mi vida, o la suya. Estábamos conectados.
En esta semana y media junto a ellos, había estado el tiempo suficiente con el rubio como para saber que reprimía la mayoría de sus emociones y sacaba a flote su rabia y mal humor en reemplazo.
No es que fuese experta en analizar a las personas, pero él era distinto; predecible. Y lo supe en el momento exacto en que se había enterado que su antiguo compañero había caído contra Sakura, ahora compañera de Kakashi, porque simplemente se burló de él al ser un debilucho. Deidara no quería aceptar que Sasori hubiese fallecido así sin más.
En el fondo yo sabía que lo extrañaría. Se le notó en el rostro, y en cómo fue a su recordatorio varías veces después de entrenar.
Suspiré.
He tratado que estas cosas no me afecten, pero vaya que lo ha hecho. Akatsuki era el enemigo, se trataba de una asociación criminal y no podía olvidarme de ese ligero detalle, pero también eran personas. Seres humanos. Aunque también, sabía que no debía hablar antes de tiempo solo porque Deidara me había protegido, teniéndome escondida en su habitación junto a ellos. Ni tampoco, porque Tobi me tratase como su amiga.
Ugh, que problema.
Sin más preámbulos o pensamientos absurdos, simplemente asentí al rubio y él hizo lo mismo como consuelo, tomándome luego del chaleco anbu que portaba brúscamente, murmurando un suave 'lo siento' antes de lanzarme hacia una roca con brutalidad.
Caí al suelo con fiereza y me quejé, ya que, Deidara tenía una fuerza increíble y la roca no ayudaba mucho. Vaya que dolió ese maldito golpe.
—¡Pero miren quien se dignó en aparecer! —escuché decir a alguien, al cual traté de divisar pero parecían ser hologramas muy poco visibles. Portaba una gran guadaña, al menos eso logré ver.
