Capítulo 8: La decisión de Daria

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—Le juro que no lo sé.

—¿Qué piensa usted del señor Daniel? La he visto más cercana a él últimamente. ¿Qué le ha hecho cambiar de parecer?

Parecía que estaba en el psicólogo. Quizás los médicos de esa época tenían un poco de ambos; en realidad, no tenía idea.

—No lo sé —repetí, como una boba—. No sé por qué antes no me llevaba bien con él. Solo puedo suponer. Me quedo cerca de él porque me trata bien y porque es el único que me escucha. Mi papá no lo hace. Y tiene razón —añadí—, no quiero casarme porque siento que conocí a ese chico hace nada más que dos semanas. Creo que es lindo y simpático, pero es imposible que podamos querernos si nos lo imponen. Pero no sé nada. No me acuerdo de nada, ni siquiera sé cómo era mi mamá. ¿Me entiende?

Se quedó callado un largo rato. Empecé a impacientarme y me bajé de la camilla.

—Usted no tiene ningún golpe, señorita Daria —dijo de pronto, deteniéndome—. Cuando la revisé en la casa de su padre, fue lo que entendí. No sé todavía si lo está haciendo a propósito o no. Cada vez, creo que esto es algo inconsciente. Perdió a su madre de muy chica, su padre no le da la atención que usted cree necesaria y su compromiso está basado en intereses. Sin embargo, le advierto que esto no será bueno para usted. Puede que no se dé cuenta de nada ahora, pero si a la larga niega su realidad, estará en problemas.

No me moví ni un poco.

—¿Usted cree que esto lo estoy haciendo inconsciente? —tanteé, con una sensación de pánico. No sabía si sus conjeturas sobre lo ocurrido podrían ayudarme o hundirme—. ¿Era tal mi negación y frustración que con la experiencia traumática que tuve me forcé en crear una nueva personalidad y a empezar todo de vuelta?

El doctor arqueó ambas cejas.

—¿Es así como usted lo ve?

—La verdad es que no entiendo nada —solté, negando con la cabeza y retrocediendo sutilmente hacia la puerta—. Daniel no podría ser tan malo como para estar tan desesperada y... hacer todo eso. ¡Es demasiado!

—¿Recuerda haberse golpeado la cabeza o no? —insistió el hombre, aún con tranquilidad.

Suspiré y cerré los ojos durante un momento.

—No. No creo habérmela golpeado la cabeza, puntualmente, pero igual no me acuerdo de nada en general. Ni siquiera estoy segura de qué partes del cuerpo me golpeé, porque seguro me golpeé en otros lados. Eso me asusta en realidad —expliqué, agitando las manos—. Pero por favor, doctor Hamel, se lo ruego, no le diga a mi padre lo que usted supone. Porque, no sé si me entiende, él me asusta muchísimo también. En este momento, Daniel es lo único que me alivia y si me manda lejos y no tengo a Daniel cerca, me voy a volver loca de verdad.

Asintió después de evaluar mi expresión desesperada y angustiada y pareció que iba a dejarme ir. No me dijo nada más sobre la radiografía, sobre mi golpe y sobre mi padre. Menos sobre las alucinaciones.

Me giré hacia la puerta, dispuesta a agradecerle y despedirme de una vez. No quería seguir indagando sobre todas sus especulaciones sobre mi amnesia. Si bien no sabía demasiado sobre la calidad psicológica de los médicos como profesionales, me daba la sensación de que no tendrían ni ahí el mismo enfoque que los del siglo XXI.

—Señorita Daria —añadió, cuando toqué la puerta—. Usted misma saltó al río.

Me volteé de golpe. Observé a ese hombre como si me estuviese contando que vio a un extraterrestre. No dije nada durante los primeros segundos, porque no me salían palabras de la boca. El doctor esperó en silencio, evaluando mi reacción, siempre con paz.

La memoria de DariaWhere stories live. Discover now