Capítulo 5: La cena de planificación

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—No quiero casarme todavía —repliqué, sin mirarlo.

El señor Klaus volvió a dirigirme una mirada poco paciente.

—Hace tres meses que conoces a Daniel. Si no acercaste a él hasta ahora es tu problema. Lo voy a invitar a cenar para que acordemos una fecha para la boda. Sus padres ya me dijeron que no tienen problema —terció, marcando más que nunca su acento alemán.

Cerré la boca porque me imaginé que no era mejor decir nada. Lo más que podría lograr sería hacerlo enojar y ganarme un boleto a mi cuarto, encerrada hasta el casamiento. Al hombre le gustó que me quedara callada y así lo hice, hasta que se bebió lo que quedaba de su café y se predispuso a levantarse.

—Arréglate bien.

Debía ser costumbre que las damas se arreglaran para recibir a sus prometidos, pero si él esperaba que me pusiera moñitos y ricitos y que me la pasara haciéndole caritas lindas a Daniel... iba a decepcionarse.

Sin embargo, como no lo vi el resto del día, terminé esperando la noche con ansiedad. Allí no había mucho que hacer. Ni la radio se oía bien y era un desastre bordando. Bonnie trató de indicarme cosas básicas, diciendo que el año pasado había bordado una sábana entera.

Fruncí el ceño. Claro, debía ser fácil si lo hacías desde nenita. Pero nunca había tocado ni una aguja. Tuve que excusarme con un dolor de cabeza. Y de verdad, de verdad, no me quedó otra que elegir vestidos y preguntarme qué tono de rojo era el más lindo.

Tuve que llamar a Bonnie, entonces, y ella me indicó cuál era el más elegante para una cena con mi prometido, especialmente una cena tan importante y decisiva como esa. Antes de irse, me recordó los ruleros y me dirigió una sonrisa encantadora. Ella estaba igual de feliz que Klaus por el inminente casamiento. Yo solo sabía que Daniel podía gustarme y agradarme, pero no lo suficiente como para hacerlo mi esposo.

Los ruleros no eran algo sencillo de usar. No pude ponérmelos bien y cuando llegó la noche, no tenía ni por casualidad el aspecto que habría tenido al usar una rizadora eléctrica. Me vestí, me maquillé y traté de disimular el peinado. Solo un mechón izquierdo había quedado un poco curvo, así que traté de resaltarlo y echarme el resto atrás.

Bajé cuando se hicieron las ocho. No tenía idea de qué hora sería la cena, por lo que preferí no irritar a mi padre y me senté junto a él en la sala.

—Esta vez no te hiciste desear —murmuró, ojeando un diario del día anterior.

—¿Me hago desear siempre? —pregunté, tratando de mostrarme tranquila.

Klaus levantó los ojos de las páginas para mirarme con impaciencia.

—Voy a volver a llamar al doctor, no podes seguir con esa amnesia.

Arqueé las cejas, sin poder controlarme.

—Hoy a la mañana dijiste que era obra del destino.

—Daria —me gruñó, por mi tono insolente.

—Solo te recuerdo lo que vos mismo dijiste.

—No me faltes el respeto, Daria —continuó, bajando el diario de golpe—. Por supuesto que me parece una maravilla que estés mansa, pero temo que me hagas pasar vergüenza con esa falta de memoria tuya —despotricó.

Fruncí el ceño y me lo quedé mirando con disgusto. No sabía ni qué contestarle a semejante planteo, porque se superaba cada vez más y más con eso de considerar a su hija un objeto.

Klaus me sostuvo la mirada por unos segundos más y luego soltó algo parecido a un bufido.

—Sí, esa cara se parece más a la de mi hija —espetó, logrando que arrugara aún más la frente, porque esta vez lo había dicho con algo que sonaba más al orgullo.

La memoria de DariaWhere stories live. Discover now