3. El puerto

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El puerto de Montreseur bullía de excitación. Las diversas envarcaciones sobrevolaban los edificios a gran velocidad, rodeados por las extrañas aves que habitaban el lugar.

Al salir de la estación, Jim se tomó un momento para observar cada detalle de la escena que se presentaba ante sus ojos. La convinación del cielo azul junto con las refulgentes velas de los barcos provocaba en el una extraña emoción que le hacía querer correr hacia la aventura.

Cerró los ojos un instante para centrarse en los sonidos que lo rodeaban.
El ruedo de la gente caminando hacia sus diferentes destinos, el rugir de los motores, los gritos de los marineros...

-¡Jim!- la voz encapsulada provocó en el una mueca de disgusto. No le podía dejar en paz ni un instante- Eh, Jim esperame.

El doctor Doppler se tambaleó un poco al cruzar la puerta del lugar, haciendo rechinar los engranajes de su traje.

Una vez situado a su lado se elevó la visera y se dirigió al joven.

-Oye Jim-las piezas metálicas crujian cuando hablaba- Creo que esta es una oportunidad excelente para que nos conozcamos mejor....

-Vamos a centrarnos de momento en buscar el barco- le cortó. No es que le cayese mal el señor, es más, gracias a él habían podido permitirse esta aventura, pero en ese momento Jim solo quería llegar a su embarcación y prepararse para partir. Debía admitir que estaba realmente ansioso.

Tras preguntar a varios jornaleros el camino el cual seguir para llegar, finalmente encontraron el muelle.
Allí comenzaron a pasearse delante de los barcos para ver si encontraban el suyo.

El doctor no paraba de parlotear acerca de su traje, pero Jim había dejado de escucharlo hacía un rato y miraba fascinado los diferentes buques amarrados al lugar.

De repente frenó en seco, provocando que Doppler chocara con él, lo que respondió con una mirada de molestia. Sin embargo se le pasó rápido, pues ante ellos se alzaba el mayor navio que jamás habían visto.

-¡Es este!- exclamó Jim asombrado.

-Efectivamente- respondió el doctor como si hubiese formulado una pregunta- He aquí nuestro barco, el R.L.S. Legacy.

Los ojos de muchacho brillaron por el más puro entusiasmo. Ahora estaba seguro. Iba a ser la mejor experiencia de su vida.

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Dentro del navio la gente se encontraba igual de ajetreada que en el muelle, salvo que a ellos la emoción se les había ido resbalando poco a poco hasta convertirse en cansancio y desasosiego.

Tatia, por su parte, se encontraba tranquilamente sentada sobre uno de los palos del mástil mientras observaba el bullicio del puerto.

-¡Donde esta esa mocosa!- gritó alguien en la cubierta. "Mierda" pensó, y se apresuró a descolgarse por el mástil hasta el suelo.

-¡Niña!- volvió a rugir la voz.

- No hace falta que grites-dijo saltando detrás del ser de cuatro brazos- Estoy justo aquí.

La cosa soltó un bufido y se dirigió al otro extremo de la nave para probablemente seguir gritando a los otros tripulantes.
Una vez se hubo alejado lo suficiente,  Tatia dejó escapar un largo suspiro y se apoyó unos instantes en la baranda. Miró hacia el cielo y comenzó a contar las clases de pájaros que los sobrevolaban. Les dijo adiós con la mano y fingió oir una respuesta por su parte. "Vosotros podéis huir".
Le habían asignado un puesto en la sala de máquinas, que venía a ser el lugar más recondito y apartado del barco.
Esto significaba que los pajaros no era lo único de lo que se tenía que ir despidiendo, ya que probablemente no iba a ver el cielo en los próximos cinco meses (y eso si viajaban rápido).

Los gritos del contramaestre la sacaron de su ensoñación.
Uno de los tripulantes la empujó al pasar corriendo por su lado haciendo que cayera al suelo, solo para luego dirigirle una especie de gruñido con palabras muy poco agradables.
Tatia se sacudió la ropa y le dirigió una mala mirada, pero de nada servía comenzar ya con las peleas.

Paseó con pesadumbre por la cubierta hasta llegar al comienzo de las escaleras, donde se detuvo a obsevar a su alrededor. Aquellos seres no paraban de gritarse entre ellos e insultarse. No le sorprendería que antes de una semana ya hubiera uno muerto.
Fijó de nuevo su vista en las escaleras.
No podía ser tan malo. Además no le quedaba otra que quedarse y obedecer.
Inspiró una última bocanada de libertad y comenzó a descender hacia la oscuridad del barco.

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