Capítulo 2

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El olor a incienso la golpeó nada más entrar en la cabaña. El hogar del druida siempre olía a hierbas y ungüentos, pero esta vez era diferente. Mucho más intenso. Notó cómo el humo irritaba sus ojos y se colaba en sus pulmones, esparciendo calor por todo su cuerpo. En lugar del tradicional sillón en el que el druida solía recibir a quienes acudían a buscar su consejo, esta vez un altar tallado con runas ocupaba la sala. 

Clarke se dio cuenta entonces de que los demás candidatos estaban allí con ella. Unos estaban eufóricos, otros habían caído en el sopor de las hierbas del druida. Incluso había un muchacho delgaducho que temblaba de miedo. Y luego estaba ella impasible, como siempre, pero por suerte esta vez no la miraba con el desprecio habitual si no que dirigía la vista al altar.

Se oía la música de fondo, ya habrían comenzado las celebraciones en el exterior. El druida los colocó al rededor del altar, sentados en círculo, y les dio de beber de una copa muy antigua. El líquido dulzón bajó por la garganta de Clarke y casi al instante su cuerpo le suplicó un poco más. Entonces Clarke reparó en que no estaban solos en la cabaña. Las doncellas que servían al druida se acercaron a ellos, eran las encargadas de prepararlos para el ritual.

Trenzaron su cabello y adornaron su rostro con la pintura tradicional. Los vistieron a todos para el combate y les dieron a probar una mezcla de setas del bosque y hierbas curativas. Clarke ni siquiera supo en qué momento había ocurrido todo esto, estaba demasiado distraída con lo brillante que se habían vuelto las luces en esa cabaña. Oía a los demás reír a pleno pulmón y entonar cánticos, pero todo parecía muy lejano. Había momentos en los que ella misma se oía cantar, pero era muy extraño, como si fuese otra persona con su voz. Lo único que percibía con claridad eran los tambores, estaban ahí fuera. Con cada golpe la llamaban, la reclamaban. Tenía que salir a enfrentar su destino.

No supo en qué momento se quedó dormida, pero cuando abrió los ojos ya era de noche en el exterior y los demás parecían estar tan confundidos como ella. Afuera seguía escuchándose la fiesta y el druida los observaba con atención. Clarke se dio cuenta que los brebajes en el altar habían sido reemplazados por las estatuas de los dioses y que en el regazo del druida, cuidadosamente, descansaba un cuchillo.

—Muchachos, esta es la noche en la que debéis demostrar que habéis abandonado la infancia. Los dioses hoy os observan, como lo hicieron con vuestros padres, y con los suyos antes que ellos. Probad ante ellos y ante vosotros mismos que sois dignos de haceros llamar nórdicos. 

Entonces, se acercó al primero de los chicos. Fue entonces cuando Clarke vio que se trataba de ella, y le ofreció el cuchillo. La muchacha se acercó al altar de manera solemne, con el rostro serio y sin atisbo de dudas. Lentamente, cortó la palma de su mano, dejando la sangre resbalar sobre las figuras sagradas. Cuando hubo terminado, le pasó el cuchillo al siguiente y volvió a su lugar.

—Lexa, hija de Ludvig, felicidades. Hoy dejas atrás la niñez y te alzas ante tu pueblo como una verdadera vikinga.

Así, todos y cada uno de ellos, ofrecieron su sangre a los dioses y con cada uno repitió el druida su discurso. Cuando el último hubo acabado, recogió el cuchillo de las manos del chico y volvió a alzar la voz.

—De este modo concluye el ritual. Ahora, deberéis demostrar vuestro valor como guerreros. Mucha suerte. 

Las doncellas abrieron entonces las puertas de la cabaña y Clarke contuvo la respiración durante un instante. Rorik, el jarl, y sus tenientes estaban sentados al rededor de la arena. También lo estaban los ancianos y de pie, ocupando cada hueco libre, la aldea entera los observaba.

Clarke temió que en ese mismo instante el pánico la paralizara, pero algo de lo que había tomado en la cabaña le infundió el coraje para avanzar. Eso o los dioses estaban de su parte esa noche, supuso que lo averiguaría en poco tiempo. Vio como el jarl se levantaba y se hizo el silencio.

—Pueblo de Hedeby, demos la bienvenida a los nuevos miembros de nuestra comunidad. Esta noche los dioses os estarán observando muchachos, así que sed valientes y probad vuestra valía. Y ahora, sé que todos adoráis ver a unos chavales pegarse hasta caer inconscientes—añadió con voz socarrona—, pero no estáis aquí sólo por eso. Este año, saquearemos Northumbria.

La locura se desató tras sus palabras. Todos allí querían venganza tras las matanzas que los sajones habían perpetrado en los campos cercanos hacía unos meses, pero Clarke creía que no tendrían la fuerza militar suficiente como para hacerles frente.

Para ella ir hasta allí alcanzaba un significado totalmente diferente. Había escuchado, cuando los mayores la creían dormida, rumores acerca de ese lugar y de su relación con él. Sus orígenes estaban allí. Su estómago se hizo un nudo. Ahora más que nunca tenía que conseguir que la llevasen con ella a los saqueos de este año.

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