Capítulo 1

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Clarke paseaba en silencio por el bosque. Apenas había amanecido, y el olor de la lluvia de la noche pasada lo impregnaba todo. El bosque la rodeaba, la acogía. Su lecho verde era como un viejo amigo. Acariciaba los grandes troncos con calma, sintiendo la conexión con la tierra. Los pequeños arbustos rozaban sus piernas y la salpicaban con pequeñas gotas de lluvia. Se sentía tan libre. A lo lejos podía escuchar graznidos. No podían ser muchas aves, el invierno se acercaba y todas estaban emigrando hacia el sur.

Se llevó la mano al pecho, sujetando aquel pajarillo que la había acompañado desde que tenía memoria.  Sin tan solo supiese de qué se trataba. Los ancianos le habían contado que ya lo llevaba cuando la encontraron y que era una señal de los dioses, de que la protegerían. Para ella era la manera de rendir homenaje a sus antepasados, quienquiera que fuesen. 

Cuando era pequeña pasaba horas divagando, imaginando por qué habrían tenido que abandonarla así, pero, con el tiempo, había aprendido a centrase en lo que sí sabía. Sabía que la vieja Engla la quería como la hija con la que los dioses no la habían bendecido, así como Hadar, su marido, la había acogido con cariño. Hasta que se fue a los saqueos y no volvió más. Fueron tiempos muy duros para ella y su abuela, como Engla la había obligado a llamarla. Clarke era muy pequeña y en la aldea aún no veían bien su presencia allí, pero todo aquello pasó.

También sabía que en la aldea la respetaban, casi todos al menos. Todavía había algunos que la trataban con recelo porque, según ellos no dejaba de ser una extranjera. Una de los temidos sajones con los que aterrorizar a los más pequeños antes de ir a dormir. Clarke no conseguía entenderlo, había vivido toda su vida en la aldea, jamás había visto a un sajón y aún así no la consideraban uno de ellos.

Pero eso iba a cambiar hoy.

Hoy celebraría su rito de paso y sería una vikinga de pleno derecho. Además, no se iba a conformar con cuidar del ganado y de la tierra, ella sería una guerrera. Sería una guerrera de verdad, como lo habían sido Lagertha, Hetha o Hervor antes que ella. 

Siempre y cuando consiguiese pasar.

No. La muchacha sacudió la cabeza intentando deshacerse de eso pensamientos. No podía permitirse dudas de última hora. Estaba preparada.

Un crujido a su espalda la sobresaltó. Se giró rápidamente pero no pudo ver nada. Sin duda habría sido algún animal cruzando a toda prisa tras ella.

 —Bueno Clarke, ya has divagado bastante. Hora de volver a casa.—se dijo.

   *********

Cuando llegó a la aldea todo el mundo se había despertado ya. Era un día muy importante para la comunidad. La arena se había dispuesto, como mandaba la tradición, justo a los pies del trono del jarl y los ancianos ya se habían colocado a los lados de esta. Ellos serían sus jueces, los encargados de dar el visto bueno a la siguiente generación de guerreros de su pueblo. Los más pequeños se acercaban curiosos, sabiendo que, en un par de años, ellos serían los puestos a prueba. La mayoría de las mujeres, todas aquellas que no habían consagrado su vida a la lucha, ya preparaban el festín que se serviría tras la ceremonia. Mientras, algunos hombres ya habían empezado a beber y a festejar.  

Clarke sabía que dentro de la cabaña del jarl estaban sus comandantes. Hoy, además del ritual de paso, se anunciaría donde saquearían este año. Se intentó acercar a la puerta con precaución, solo quería echar un vistazo. Si hoy jugaba bien  sus cartas quizá acabaría bajo el mando de Signa y no había nada en el mundo que quisiese más. Signa era la única mujer entre los tenientes de Rorik y  cada año acogía bajo su protección a la mejor de las doncellas guerreras. Y este año esa iba a ser Clarke.

Estaba a punto de fisgonear entre los tablones de la cabaña cuando la vio. Salía del bosque, igual que la propia Clarke hacía tan solo unos minutos, pero eso no tenía sentido. Sus caminos deberían haberse cruzado. Fijó su mirada en ella y Clarke sintió un escalofrío. Siempre la miraba igual, con ese odio tan profundo, como si fuese el ser más despreciable del planeta. Nuca había entendido muy bien por qué, el resto de chicos de su edad lo hacía al principio, es verdad, pero con el tiempo la aceptaron entre ellos.   

Las pocas veces que habían hablado a lo largo de su vida no habían llegado más allá de un par de monosílabos escupidos con desprecio y algún comentario cortante. Durante mucho tiempo Clarke se devanaba los sesos intentado entender a aquella chica. Incluso intentó acercarse, ser su amiga y limar asperezas. Todo en vano. Finalmente se resignó a ignorarla la mayor parte de las veces o a mirarla mal de vuelta, si no le quedaba más remedio. Y esta era una de esas ocasiones. Clarke no estaba de humor para lidiar con el problema de aquella chiquilla, fuese el que fuese. Sabía que también era una buena guerrera, así que a lo mejor hoy tenían la oportunidad de limar asperezas en la arena.

Sostuvo su mirada, desafiante, un par de segundos más cuando su abuela se cruzó en el camino haciéndole gestos para que se acercara. Clarke se acercó, temiendo que fuese a reñirle por haberse escabullido en el bosque tan temprano y sin avisar.

—Ay, mi pequeña. Hoy es el gran día, ¿estás lista? —le preguntó mientras acariciaba su mejilla con ternura.   

—Tranquila tata, todo va a ir genial —le aseguró —. Llevo esperando este día años, no voy a fallar.

—Escucha, tenía esto guardado, de cuando tu abuelo aún vivía. Pensaba dártelo una vez acabada la ceremonia pero creo que te dará suerte. Además, hace juego con ese pajarraco tuyo.

La anciana le tendió un pequeño paquete de tela y Clarke lo abrió con cuidado. Dentro había un pequeño colgante de madera. Era una preciosa talla del lobo Fenrir.

—No lo entiendo tata, Fenrir era hijo de Loki. Estaba destinado a matar a Odín, ¿cómo va a darme buena suerte?  

—Clarke, te olvidas del espíritu indomable que poseía. Dos veces trataron los dioses contenerlo con cadenas mágicas, y ambas fallaron. Su fuerza ahora será tuya.

Clarke iba a responder cuando escuchó el cuerno resonar. Tenía que marcharse ya. Abrazó a su abuela con fuerza y se dirigió a la cabaña del druida. Allí, los aspirantes se prepararían para el combate y ofrecerían a los dioses los sacrificios pertinentes.

Se detuvo a la entrada y respiró profundamente. Cuando cruzara esa puerta todo cambiaría, dejaría de ser una niña y se convertiría en una guerrera de verdad.

Y estaba lista para ello. 

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