2. Su nombre es "enemigo"

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Cinco días más tarde los encuentros entre ambos volvieron a ocurrir, sin embargo no en los mismos lugares y mucho menos se dirigieron palabra alguna. Tuvo la oportunidad de encontrarlo hace tres días en un puesto de lonches junto a jóvenes que parecían ser sus amigos. Hace dos días lo vio en control escolar con varios documentos en sus manos que revisaba con atención. Y justo hoy le observó caminar apresuradamente hacia los baños de hombres.

Ella le hubiese gustado no verlo más, de hecho, le hubiese gustado no haberse gravado su rostro. Lo único que le reconfortaba era saber que en ningún momento la descubrió observándole.

No le agradaba, ella lo detestaba, así que la única justificación que encontraba por observarlo por un tiempo indefinido era: descubrir las debilidades del enemigo. Debía serlo, aquel pelinegro, alto y fornido, firmó sentencia al burlarse de ella y su amiga, aunque a pesar de ello, él se tomó la molestia de sostenerla entre sus brazos y evitar su fatal caída. Se recordó que cabía la posibilidad de que no la reconociera, y eso significaba que no tenía idea que de quien se burló era la misma persona que salvó.

-No debes recordarlo, enemigo -sólo de esa forma podía llamarle, no tenía idea de cuál era su nombre.

Debilidad no era lo que precisamente descubrió de él siempre que lo observaba, pudo notar detalles que sin duda no le servirían, lo único que consiguió fue perturbar su pobre mente sana. No le gustaba la idea de encontrarle atractivo, de sonreír siempre que él sonreía al hablar con sus amigos o creer que los pantalones ajustados le quedaban de maravilla resaltando sus fuertes piernas y su agraciado trasero. ¡Qué le ha hecho!

-Por ahora debo procurar no verte más, ya tuve suficiente, ¿No es así, gorda? -Continuar con ese reciente hábito no le hacía bien.

Su gata dormía plácidamente en su rezago emitiendo un suave ronroneo, ajena a sus palabras. La acarició y con delicadeza la acostó en su cama.

-Se suponía debías escucharme, no dormirte -Susana suspiró.

Su madre tocó la puerta de su habitación, pidiendo que se uniera con ellos a comer. Durante la comida comió en silencio, sorprendiendo a sus hermanos. Su hermana menor estaba preparada para molestarla e incluso su hermano. Algo ocurría con ella y su hermano necesitaba saber que es.

- ¿Estas enferma? -Le preguntó su hermano al encontrarla sola lavando los trastes.

Dejó su plato sucio en el lavadero, y esperó paciente su respuesta, colocándose a su lado. Susana no estaba enferma, simplemente decidió mantenerse callada y al parecer su hermano Josué tomó su silencio como algo anormal en ella.

- ¿Miedo a que te contagie, güero? -Josué sonrió.

-Sabes que no. Si enfermo tendría una buena excusa para no ir a clases. Te estaría agradecido si me enfermas.

Dejó de enjabonar el vaso de cristal para poner su atención en Josué. La miraba serio, sin dudar de lo que le había dicho.

Su hermano tan solo contaba con catorce años, su estatura mayor al metro sesenta le hacía aparentar tener más edad, el cabello oscuro era al de su padre y los risos de su madre, la piel era mucho más blanca que la de sus hermanas y sus ojos castaños eran similares a los de Susana solo que los de Josué mantenían siempre un brillo muy inusual.

-Lamento desilusionarte, pero no estoy enferma -volvió su vista al lavadero, tomando otro vaso para enjabonar.

- ¿Qué es lo que tienes? -Insistió, si creía que se rendiría, estaba equivocada.

-Nada.

- ¿Es grave? ¿Gripa, tos, mareos, tienes alguna de estas? -Su hermana resopló-, ¿Estas embarazada, es acaso eso?

Los encantos de Elijah #wellen19Where stories live. Discover now