— Tenes razón che... soy muy boludo. Es que... lo quiero tanto. —El castaño volvió alzar su mirada al oírlo, soltó sus manos y se estiró para abrazar a su mayor por el cuello en un mero impulso, Martín lo atrajo más a él aferrandolo a su torso para hacer que se acostara a su lado.

— Supongo que sabes todo de Lourdes. —Dijo alejando un poco el cuerpo de Manuel, estaban demasiado cerca y no le dejaba respirar adecuadamente. —Jeremías debió contarte todo...

Escuchame, Martín tiene un hijo, la mina con la que salía se suicidio, mira... todo empezó en la secundaria, se enamoró de la hija de la mujer de la cantina, alguien para nada de nuestra clase, ellos tenían dieciséis cuando se conocieron, a los diecisiete el pelotudo de Martín le lleno la cocina de humo, o sea, quedo embarazada, pero él no sabía nada, y paso algo muy malo en nuestra familia. Martín hacia un año que no se hablaba con su padre, pero tras lo que ocurrió dejo a la pibita y volvió a la empresa. —Jeremías tomó aire, estaba hablando demasiado, odiaba tener que contar aquella historia.

— Bueno, la cuestión es que la mina tuvo al hijo de Martín, pero luego se suicidio, era una loca de mierda, y la madre de esta tipa se apodero del niño, Martín se enteró de la existencia de su hijo y lo reconoció de inmediato, por eso tiene el apellido de él. —Tomó algo de agua de su botella de plástico antes de continuar.

— Pero aun así la vieja qliada esa le dijo un montón de mierdas al juez de Martín, las asistentes sociales fueron al departamento de él, y los vecinos comprados por esta vieja dijeron miles de mierda más, así que el juez le dio la tenencia absoluta a la arpía esa... desde entonces se han sucedido cuatro juicios, siempre perdemos. —El pelinegro se agarró las sienes masajeándolas con sus dedos, si pudiera volver el tiempo atrás nunca hubiera dejado que su primo se involucrara con aquella castaña de ojos miel.

Manuel había escuchado todo atentamente, apretó sus puños conteniendo algunas lágrimas, el niño había sido un error de adolescente, pero no tenía la culpa de nada, y merecía estar con su padre, y estaba más que seguro que el rubio sería el padre más amoroso de la tierra, si a él, que no era prácticamente nada, lo cuidaba con mucha dedicación, a su hijo le daría el mundo entero si le fuera posible.

— No es justo... —Masculló entre dientes, no podía hacer nada en aquella situación más que seguir los consejos de Jeremías y su abogado, solo podía ofrecerle a Martín un hombro donde apoyarse, que no volviera a recurrir a un frasco de pastillas para calmar sus nervios.

— Si, me contó todo. —Murmuró el castaño cerrando sus ojos mientras su mano seguía aferrada a la ajena, estaba tan fría y, si abría los ojos, notaría que la piel del rubio no tenía ese blanco radiante que usualmente cargaba.

— Creo que volveremos a perder el juicio, de algún modo se enteraran de esto y nuevamente seré inadecuado para tener la custodia de mi niño. —El menor no dijo nada, solo volvió abrazarse al cuerpo de Martín, sabía lo que era sentirse inútil, no había palabras que consolaran aquel sentimiento, simplemente la molestia se aligeraba sabiendo que alguien estaba a tu lado a pesar de todo. Él hubiera dado todo porque que alguien le hubiese palmeado en la espalda cuando era un adolescente y lloraba solo en su habitación.

En la noche Martín se encontró en la cama de su cuarto en la casa que compartía con Manuel, aún tenía que controlarse por unos días y comer lo más saludablemente posible. Se miró los brazos encontrándose con esas marcas moradas de las agujas, desgraciadamente eran marcas muy familiares para él, como sentir esa horrible sensación de un tubo atravesándole la garganta. Ya había perdido la cuenta de las veces que vacío los frascos de pastillas, nadie creería que alguien tan seguro como él pasaba por cosas así... pero tal vez era más débil de lo que él mismo pensaba.

Conveniencia (ArgChi)Where stories live. Discover now