Excusas para no enamorarse

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Era el primer día del año.

El frío calaba hasta los huesos; en las calles de la ciudad la gente caminaba riendo, hablando como si nada.

Los establecimientos comerciales estaban llenos de gente local o turistas, los niños corrían por todos lados dando gritos de alegría ignorando el frío que los consumía mientras sus madres daban gritos, sin toque alguno de molestia para que no se despojaran de los abrigos.

En medio de toda la gente, en medio de alguna calle, se encontraban dos chicos.
Uno un poco mas alto que el otro, tiritando de frío ¿o frustración? siendo sostenido de la chamarra que traía puesta. Detrás de él, un chico con las mejillas coloradas por el frío con restos de lagrimas en el rostro, sostenía la chamarra del mas alto para no dejarlo ir.

Pareciera que el tiempo se había detenido, aunque fuera solo para aquel par de chicos. La gente caminaba a su alrededor sin siquiera inmutarse por la escena.

Sin siquiera tomarlos en cuenta.

El chico americano se encontraba en un debate interno entre salir corriendo o voltearse para abrazar al menor.
La huida tenia las de ganar.

Apretaba fuertemente los puños.
En un principio le fue divertido mirar sonrojar al pequeño, este siempre buscaba una excusa para explicar sus sonrojos. Para cuando Leo se dio cuenta, deseaba que aquellos sonrojos fueran por su causa.

Estaba en un país extranjero, viviendo solo y sonriendo como si fuera la persona mas feliz del mundo. Cuando por primera vez se sintió perdido (literalmente perdido) Guang Hong apareció, con su sonrojo, indicándole el camino correcto y durante aquellos minutos la soledad desapareció. Era una sensación cálida que buscaba, así fueran horas o tan solo segundos, pero ver todos los días a ese pequeño lo liberaban de la soledad que sentía.

¿En que momento se convirtieron aquellos sentimientos en algo más que molestar por su sonrojo a un chico? Ni siquiera él lo sabia.

Pero la angustia que cargaba en su pecho no era por el hecho de haberse enamorado de un chico, que incluso era menor que el, si no que ese mismo chico lo viera de manera repugnante si se enteraba de sus sentimientos. No podía decirle, de ninguna manera podía enterarse.

Entonces se conformo con molestarlo un poco, con ponerlo nervioso; pero ante todo, no exponer ninguna conducta, frase o revelación que pusiera en evidencia sus sentimientos. Esto último daba como resultado el mecanismo de defensa al que había recurrido en la cafetería minutos antes: la huida.

Pero al mismo tiempo, el pequeño asiático temblaba del nerviosismo que sentía en su interior. Si se quedaba sentado se odiaría, si salia corriendo también lo haría. Entonces ¿qué mas daba?

Se aferraba a la orilla de la chamarra del castaño, sabia que si él quisiera fácilmente se soltaría, pero aun no lo hacia.
Las lagrimas seguían cayendo por su rostro sin poder evitarlo.
Era un simple niño que se había enamorado de otro chico y con eso ya tenia suficiente culpa en su interior.

¿Qué pensaría Leo si se enteraba que estaba enamorado de él? ¿lo aceptaría? ¿lo odiaría? Por alguna razón creía firmemente que la segunda opción era la correcta.

-No quiero que te vayas...

Las palabras salieron sin pensarlo, resonando lo suficiente fuerte, para alcanzar los oídos del mayor quien se quedo esperando a que las palabras regresaran en eco. Lo cual no sucedió.

Habían sido palabras involuntarias pero eran lo que realmente deseaba. No quería que aquel chico se fuera, menos de esa manera, con el ceño fruncido y las palabras impregnadas de hostilidad. Si era una molestia en la vida de Leo prefería saberlo y así convencerse de una buena vez de que era imposible aquel deseo de quedarse a su lado.

Leo se giro con la idea de gritarle que lo soltara, pero esa alternativa se esfumo cuando miro aquel rostro sonrojado con rastros de lagrimas. ¿qué se supone que significaba esa escena? ¿acaso debía tirar a la basura toda su cordura? ¿el pequeño le tenia miedo? no, si fuera así no le seguiría sosteniendo la ropa.

La mente del mayor quedo en blanco.

La mirada del menor se desvió hacia el piso.

Las manos de Leo se cerraban en un puño.

Los latidos de Guang-Hong resonaban en sus oídos.

En medio de una calle, entre la gente que caminaba sin tomarlos en cuenta, el tiempo se detuvo para aquel par de chicos que se consumían en un debate interno de emociones que gritaban por ser expresadas, que añoraban ser aceptadas.

Excusas (LeoJi // LeoGuang)Where stories live. Discover now