Prólogo *[Editado]*

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Prólogo *[Editado]*

Es curioso ver como el paso de tiempo altera cierta parte de tu personalidad. Hace solo unas semanas, el  hecho de que mis padres me dejaran sola en casa me parecía un regalo venido del cielo, ahora solo desearía tenerlos cerca y que nunca se apartaran de mi lado.

Era justo eso en lo que pensaba mientras iba en el coche de unos desconocidos para llevarme a mi nueva vida, una vida no deseada y de la que no tenía ningunas esperanzas.

Apenas habían pasado unos días de clases, cuando mis padres decidieron irse de fin de semana romántico ellos solos, era algo que hacían a menudo, pero no tanto como ellos quisieran. Por lo general, cuando hacían algo así, a mi me dejaban con mi tía-abuela Ángela, la única familia que me quedaba, pero que desgraciadamente falleció este verano de causas naturales, o eso me dijeron a mí. Por lo que ya no pudieron dejarme con ella, en lugar de eso y dado que ya tenía edad suficiente como para quedarme un fin de semana sola, me dijeron:

- Diana cariño, como ya tienes dieciséis años, hemos decidido darte un voto de confianza y dejarte sola en casa este fin de semana. – aún recuerdo la hermosa sonrisa de mi madre.

Me sentí eufórica, alegre,… ¿qué adolescente no se siente así con las perspectivas de un fin de semana sola en casa? Pero de eso hacía ya unas semanas y no había vuelto a  sentirme así desde entonces. Quizás ya no vuelva a sentirlo.

Era el sábado de ese fin de semana, ya habían llegado mis amigos para celebrar una pequeña fiesta en honor a que me habían dejado sola en casa, nada del otro mundo, películas, palomitas, juegos… Cuando la policía llamó a mi puerta y me comunicaron que mis padres habían muerto en un accidente de tráfico.

Desde ese momento, algunos de mis recuerdos están confusos, recuerdo haberme derrumbado delante de los policías y lo siguiente que recuerdo es estar en la comisaría reconociendo los cadáveres, algo que no se me olvidará en la vida, pero de lo que no quiero volver a pensar nunca. El caso es que no se qué pasó con la fiesta, ni con mis amigos, ni si me despedí de ellos. Eso último me hacía sentirme mal, ya que con mi nueva vida, no los volvería a ver.

Después de la comisaría, mi conciencia se apaga hasta el funeral de mis padres y a partir de ahí, todo ha sido un caos hasta llegar a este momento.

Una mujer de protección de menores me dijo que iba haber una vista con un juez para determinar mi nueva residencia, dado que no tenía más familia, mi custodia se la quedaría los servicios sociales hasta cumplir los dieciocho.

Hubo un juicio express, o así lo llamó la mujer de protección de menores, y determinaron enviarme a un orfanato hasta cumplir los dieciocho o terminar mis estudios, podía elegir quedarme allí, a costa del estado, para cumplimentar mi enseñanza, la decisión era mía.

El Sant. James, uno de los orfanatos más prestigiosos de los que pertenecían al gobierno. La protectora del menor dijo que era medio privado, había una zona exclusiva para gente que lo usaba como internado y aunque no me importaba el lugar, había que reconocer que era raro, la gente de dinero no se suele mezclar con niños huérfanos.  Pero no pregunté al respecto, como he dicho antes, me daba igual el lugar, ya no me importaba nada.

El orfanato-internado se encontraba en el norte del país, donde llueve prácticamente todos los días de otoño, si no llega a nevar en alguna ocasión… y para colmo, está a unos quinientos kilómetros de mi antiguo hogar, lo que hacía imposible mantener mis antiguas amistades, pero eso tampoco me importaba demasiado, al menos de momento.

Si lo miraba con filosofía, quizás fuera bueno que el orfanato estuviese tan lejos de mi casa, el intentar seguir adelante con mi penosa vida, se me haría más fácil al no tener tantos recuerdos a mi alrededor. Pero la parte mala es que estaría lejos de mis padres o de sus tumbas más bien, no podría ir a visitarlos nunca, o al menos no en dos años.

Desde el día de la muerte de mis padres, solo me habían dejado ir a la casa en contadas ocasiones, había estado viviendo en un centro de ayuda, era donde las personas con problemas iban a pedir ayuda al gobierno y este les proporcionaba cama y comida durante un día, también era el hogar provisional para recientes huérfanos. Hoy había sido el último día en el que había podido empaparme de los recuerdos de mi casa, de mi habitación, de nuestras cosas, al menos hasta dentro de dos años, que volveré a ser libre y podré volver a mi casa.

Había tenido que recoger mis cosas en un tiempo récord, apenas me habían dejado media hora para hacer una maleta mal hecha y despedirme de todos mis recuerdos. Así que rápidamente, he tenido que coger toda la ropa que más me ponía, mi neceser, mi bloc de dibujo con el estuche, mi portátil con su disco duro externo donde guardo todas las fotografías de mi antigua vida y mi ipod. Todo eso en media hora, todo un récord.

También había cogido todas las chaquetas y sudaderas con capuchas que tenía, que eran muchas, ya que según Internet, la diferencia de temperatura entre mi casa y el Sant. James, eran de unos diez grados por debajo.

El viaje estaba siendo de lo más aburrido, no es que yo tuviera ganas de hablar con desconocidos, pero estar alrededor de cinco horas en un coche y que lo único que te digan es “ponte el cinturón”, aburría a cualquiera. Por eso no era de extrañar, que a la medía hora de haber empezado el viaje, me hubiese puesto los auriculares del ipod, con música de grupos alternativos y me haya subido la capucha para que nadie viera, que de vez en cuando, se me escapaba alguna lágrima.

Unas cuatro horas después de ponerme los auriculares, mi tortura de viaje llegaba a su fin. Ya se podía notar el frío y la humedad a través del cristal del coche. Todo en el exterior era verde, con grandes árboles que producían una constante sombra y que apenas te dejaba ver el cielo completamente encapotado. A pesar de que eran las cinco de la tarde y que estábamos a primeros de octubre y anochecía tarde,  ya parecía casi de noche.

- Ya estamos llegando – dijo la mujer de protección de menores, la cual no había abierto la boca desde el “ponte el cinturón”, ni siquiera para hablar con el chofer. – Al final de esta carretera está el Sant. James. El pueblo más cercano está a un par de kilómetros por una carretera secundaría, me parece que tienes permiso para poder bajar al pueblo.

- Genial – dije sin mucho entusiasmo. Y dado que llevaba mucho tiempo sin hablar, se me trabó la voz como a la mitad de la palabra.

El coche tomo una curva y pude contemplar mi futuro hogar, un edificio que bien parecía una de esas casonas inglesas que salen en las películas. Tenía cuatro plantas, aunque la planta más alta parecía más una buhardilla. Las otras tres plantas se distribuían entre planta baja, primer y segundo piso.

Hasta la entrada parecía inglesa, altas verjas con decorados en las puntas y una puerta con acabado de arco, todo en hierro forjado negro. Tras esas puertas, tenía la clásica rotonda en forma de jardín para que el coche pudiese dar la vuelta sin dificultad y  así dejarnos a los píes de la puerta principal.

El edificio era todo marrón oscuro, algunas zonas verdes a causa del musgo producido por la humedad, todas las ventanas de la planta baja y primer piso tenían barrotes de hierro del negro que la verja, solo la segunda planta no parecía una cárcel.

- ¿Vamos? – preguntó la mujer.

Y tras decir eso, salí del coche aun con mi capucha puesta.

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Espero que les haya gustado. Y si es así, pulsen la estrellita y no duden en comentar lo que les apetezca. Besos y abrazos :D

Soledad *[En Edición]*Where stories live. Discover now