XXVII

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- Nunca me imaginé que Lauren y tú se conocieran - dijo Robert cuando cerró la puerta de su apartamento una vez que Lauren ya se había ido.

- Sí, la conocí gracias a mi padre - mentí.

- Bueno, una cosa más que tenemos en común - alzó mi barbilla y besó la comisura de mis labios.

- Já. Sí - reí duro.

¿Para qué contarte todo lo que pasó después? Seguí teniendo sexo con Lauren y con Robert, no importaba la hora ni el lugar, lo hacíamos donde queríamos. Robert era dulce y delicado. Lauren, dura y feroz.

Mi cumpleaños pasó y mis padres volvieron a pasar tiempo de calidad conmigo, ya casi no salía. Solo hasta que empezaron las clases.

Robert y yo cumplimos unos cinco meses juntos y entonces llegó Abril. El calor era inmenso y la tristeza sabía a dulzura. No importaba lo mucho que me doliera pensar en dejar a Robert, no importaba.

- Hey, no estés así, estoy segura de que si te ama, podrá entenderlo - decía mi amiga al mismo tiempo que comía su ensalada de frutas.

- No es tan simple.

- ¿Por qué no es tan simple? No es que lo hayas engañado o algo.

Enarqué la ceja y una sonrisa burlona se dibujó en mi rostro.

- ¡Demonios Camila!

Me levanté.

- ¿Qué haces?

- Ya no puedo, tengo que decirle todo lo que ha pasado - le dije mientras tomaba mis pertenencias junto con mi bolsa y la colgaba en mi hombro.

- ¿Quieres que te acompañe?

- No. Puedo sola. Me saltaré las clases que faltan. Iré al despacho de Lauren y hablaré con ella también.

Avancé en medio de toda la multitud que se formaba a la hora del almuerzo, el equipo de americano empezó a aullar estupideces cuando pasé frente a su mesa. Yo solo les regalé un guiño y seguí caminando. Atravesé la sala de maestros y pasé de largo hasta la oficina de Robert. Me quedé inmóvil frente a la puerta de doble hoja y sentí como mis manos y mis piernas empezaron a temblar junto con gotas de sudor en toda mi frente y en el pecho.

- Tranquila. Lo entenderá - me dije a mí misma.

Rodeé la manija de la puerta con mi mano y la abrí, y la siguiente escena me dolió tanto que casi me caigo del dolor.

- ¿¡No sabes tocar maldita sea!? - gritó la ronca voz de Robert.

Había ropa tirada por todos lados y una mujer de cabello castaño claro de espaldas a mí gimiendo y sudando encima de él y Robert tomándole de las caderas, lamiendo su busto y metiendo su polla dentro de ella.

- ¿Qué? - solté en un grito ahogado.

- ¡Demonios Camila! - gritó mi novio. - No es lo que parece - se acercó a mí aún desnudo y se puso delante de mí.

- Maldito cerdo - gruñí entre dientes. Lo empujé aún desnudo dentro de la oficina y salí rápidamente de ahí.

Sentí como las lágrimas se apoderaban de mis ojos y salían incesantes de éstos. Corrí fuera de la sala de maestros y me dirigí al estacionamiento. Saqué las llaves del auto de mamá de mi bolso y abrí el carro. Metí mi bolso y todo lo que traía en el baúl y azoté la puerta de éste. Me dirigí a la puerta del asiento del piloto y me metí tan deprisa como pude. Metí las llaves, arranqué el motor y salí de la escuela inmediatamente.

No paraba de llorar, aunque quisiera. No podía. Y la imagen borrosa de mi novio revolcándose con otra rondaba en mi cabeza sin salir de ésta ni un instante.

Me metí a la carretera para tomar el camino que me sacaría a la ciudad hacia la oficina de Lauren. Robert me había dado esa información.

Mi celular empezó a vibrar, vi de reojo la pantalla y era una foto mía junto con Robert. Era Robert quien estaba llamando. No atendí y solo mantuve mi vista en el camino. Mi teléfono siguió sonando y sonando pero no contesté ni una sola vez.

- ¡Deja de llamar! - grité entre sollozos y lágrimas.

Tomé el celular y atendí.

- ¿Qué demonios quieres? - exclamé aún llorando.

- Tienes que dejar que te explique...

- ¿Explicarme qué? Ya tengo 18 años, soy lo suficientemente madura para entender lo que vi allá. Soy lo suficientemente tonta para creer que me querías.

- No es lo que piensas - suplicó detrás de la bocina.

- No, solo le estabas metiendo tu polla a otra mientras salías conmigo. ¡Hemos terminado Robert! Te puedes ir pudriendo.

Colgué y apagué el celular y seguí llorando. Cuando llegué a la caseta puse música agresiva.

Cuando llegué a la ciudad me detuve en una tienda y compré una botella de licor que se fue consumiendo junto con mis lágrimas. Con cada trago me sentía mejor, cada gota de alcohol que consumía me quitaba la tristeza. Me sentía algo mareada ahora. Cuando alcancé a ver el edificio donde se encontraba el despacho de Lauren, estacioné como pude el auto, saqué las llaves y entré al edificio.

Me tambaleé hasta el ascensor y choqué con un tipo, un tipo guapísimo a decir verdad.

- ¿Le sucede algo señorita? - me pregunto suave mientras me veía anonadado.

- Ah, no pasa nada - dije. Las palabras sonaban arrastradas y no podía pronunciar bien la ese.

- ¿Está tomada? - preguntó mientras me sostenía entre sus brazos.

- No. ¡Suélteme! - me llevó a unos silloncitos y su mirada se dirigió a mi mano, a la botella de vodka que había comprado en la tienda.

- Voy a dejar la botella aquí - dijo mientras me quitaba la botella de la mano y la colocaba encima de una mesa de madera. - ¿Viene por alguien en especial?

- Quería ver a la señorita Jauregui - dije con dificultad. - Pero es que mi estúpido novio decidió revolcarse en la cama con otra - empecé a reír. El alcohol me estaba mareando mucho.

- ¿Cuál es su nombre? - me preguntó mientras me recargaba en su regazo.

- ¿Cuál es el tuyo?

- Joseph.

- Joseph, quiero que le hables a Lauren, necesito a Lauren.

Y un golpe en el estómago me hizo estremecer. Sudaba frío y las náuseas me carcomían. Miré con sorpresa a Joseph y empecé a llorar de nuevo.

- ¿Sabes en qué piso se encuentra Lauren? - me preguntó al oído.

- Doce, piso doce - dije con dificultad nuevamente.

- La llamaré. No te muevas de aquí.

Maldita sea, necesito a Lauren. ¿Por qué demonios había dicho eso?

sex instructor; camren g!p.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora