Capitulo 1: Las jugadas de la vida.

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Capitulo 1

Las jugadas de la vida.


El olor de una pizza horneada afuera de la casa olía a malas noticias. Cuando Jorge se bajó de su Ford negra y el olor a pizza inundó sus fosas nasales, supo que los humores en su hogar no estaban bien. Es que, la señora de la casa, Margaret, no le gustaba que compraran comida fuera, sino que solo comieran la hecha en casa.

Él estaba seguro, ¿Cuánto tiempo llevaba conociéndola? Casi más de veinticinco años. Su amor de la juventud, desde que estaban juntos en el bachiller de la escuela del distrito.

Seguro estaba en llamas. Él estaba muy cansado como para quedarse. No iba a aguantar a su mujer así. Quería estar en casa, un masaje en los pies, cariñitos de ella y no un reproche. Que vamos, ambos estaban muy estresados por la reunión con los inversionistas. Si ellos firmaban la empresa iba a subir a un escalón del que nunca iban a bajar.

Justo ese día no estaba para soportar ese humor.

Antes de tocar la puerta se retractó. Escuchaba la voz de un niño preadolescente gritar en represalia a otra persona. Respiró hondo, se dio media vuelta, y se subió a su Ford. Aparcó en su lugar favorito. Se llamaba la esquina de Roy. Un local ubicado en la esquina de la parte alta de la ciudad, una esquina etérea, con música buena, personas igual de relajadas que él, y un lugar exclusivo con un selecto grupo de clientes. Siempre con la misma tv encendida en los deportes. El clima oscuro, con pocas luces, privacidad y familiaridad.

Se sentó en una de las sillas sin fijarse a su alrededor, y sacó su celular.

—Hola. ¿Me dices la hora?

—Nueve y cincuenta —contestó levantando la mirada, se había sentado justo al lado de una chica bonita, en sus veinte, con un vestido delicado y suave que no se le pegaba al cuerpo, y que dejaba demasiado que desear. Tenía el aspecto en el rostro un poco descuidado, no usaba mucho maquillaje y el pintalabios se le empezaba a quitar. Quizá por todo lo que había bebido, pero no olía a alcohol.

—Gracias —respondió un poco torpe, como si de pronto se hubiese puesto nerviosa al verle el rostro.

Eso de alguna forma le gustó.

—Pero tienes un celular en la mano. —Le tocó la muñeca.

La chica tembló en su lugar y volvió a mirarlo con los ojos bien abiertos, después quitó la expresión de susto y sonrió torpemente.

—Es que se me fue la hora. Acabo de llegar al país hace unas horas. Estoy estresada...

—Interesante. ¿Dónde te estás quedando?

La chica, al notar que la conversación seguía, se volteó un poco más para darle el frente, y dejó de usar el celular.

—Alquilé un apartamento en Lilas.

—Bonito lugar.

—Sí. —Ella aseguró.

—¿Cómo llegaste aquí?

—Aunque regresé hoy, viví aquí toda mi vida. Me fui buscando suerte y no pude. Volví porque creo que me irá mejor.

—¿Y cómo piensas eliminar el estrés? Solo estás aquí sentada arreglando tu hora. ¿O esperas a alguien?

La chica sonrió de nuevo, y se alzó de hombros.

—Quien sabe, tal vez hablar con alguien me quite el estrés.

—La música no nos deja hablar, ¿si vamos a otro lugar?

A la chica se le borró la sonrisa, y miró a la izquierda, luego miró otra vez a la cara de su interlocutor, estaba muy nerviosa, se le notaba, pero de alguna forma, hizo una mueca de sonrisa. Era tentadora la pregunta. Miró mejor su rostro, su sonrisa generaba marcas de expresión en la comisura de boca, y sus labios eran provocantes. Se le formaba pequeñas líneas en la orilla de sus ojos azules. El cabello marrón despeinado, ¿venia de su casa así? Parecía que acababa de salir de trabajo. ¿Tendría unos treinta y largos? Algo dentro de sí vibro con emoción.

—¿De qué podemos hablar?

—De todo un poco, de ti por ejemplo.

—Me gusta hablar sobre mí. —La chica se alzó de hombros de nuevo, sintiéndose atrevida.

Él se levantó, sin ordenar nada en la barra, aunque era donde vendían los mejores mojitos. Pero no pidió el mojito que siempre ordenaba, ni siquiera cuando el señor de la barra ya estaba listo esperando su orden. En cambio, de pie al lado de la silla donde estuvo sentado, miró a la chica y le hizo una seña con el rostro para que le siguiera.

Ella sintió una sensación de primeras veces.

«Ve» se dijo, y se levantó para seguir aquel hombre.

Él condujo en silencio por alrededor del parque. Se parqueó cerca del puente que dividía la ciudad en dos, y cuando lo hizo, hizo un aplauso.

—Me pareces agradable —dijo.

Ella lo miró sonriendo a punto de decir gracias, pero antes de eso él se acercó y le besó. La veinteañera le siguió ritmo al beso y se subió encima de él agarrando su cara con sus manos que temblaban.

Ellos se besaron como si tuvieran una relación de años.

—Nunca había hecho esto. —Se excusó de pronto la chica con la respiración acelerada, sus manos en el pecho del hombre que en ese momento se enteró de que no conocía.

El señor la acercó hacia él. Tenía una sonrisa de suficiencia en el rostro, volvió a buscarle para besarla y se besaron unos segundos más. Después besó su cuello con suavidad, mientras acariciaba el cabello de la muchacha. Ella cerró los ojos y no podía evitar suspirar a sus caricias.

Se sentía bien, no se sentía mal. Lo único que se sentía mal era la forma en que lo hacía todo tan lento y desesperante. Quería entregarse al desconocido.

«Si quieres tener a una mujer, bésala en el cuello» recordó ella esas palabras mientras no se retenía en nada. Ambos cayeron en la trampa.

Una aventura. Eso era para ambos. Una simple aventura.

Al menos de que el destino quiera hacer una de sus jugadas.


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