EPÍLOGO.

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Meses atrás.

La oscuridad de lo pasadizos no la asustaban, pero lo último que había deseado en su vida era tener que estar ahí, en ese momento.

Su mano se escondió en el guante de una tela aparentemente normal, satinada, roja y suave, al igual que el vestido que dejaba un rastro de luz en el por un segundo. La magia dentro de ella se desbordaba en cualquier movimiento, en cualquier gesto, pero ella no asustaría al ser al que iba a ver.

Conocía los pasadizos de los vampiros de memoria, aunque ninguno de ellos, ni siquiera el más antiguo, lo hiciera. No los había construido ella; para la época en la que se hicieron ella ya estaba escondida dentro de la protección, llorando la pérdida de su hija y con los recurrentes sueños que le mostraban el futuro de su familia. Fue así como supo que su hijo, años después de su huida, la buscaría en el lugar en el que ella le había dicho antes de desaparecer, con su esposa embarazada, pidiendo un rescate que ella no le podía dar. Debía estar encerrada, con solo Mag y Hem como ayudantes. Debía manejar su poder, recuperar la magia que se había perdido en la creación de los licántropos. Debía igualar el poder del brujo y magnificarlo, pero para hacer eso debía permanecer fuera de la vista de cualquiera.

Sin embargo, era su momento para salir, de enfrentar al hombre que una vez intentó ganarse su confianza y su amor. Era el momento de enfrentar a Lackasag.

Dejó detrás de sí miles de puertas, que cerraba con su sola presencia, porque no buscaba una puerta. Buscaba un punto en específico dentro de la subterránea zona rocosa. Y lo encontró, solo unos pasos después.

Con su presencia la piedra se diluyó, dejando una entrada que nadie conocía más que ella y la persona a la que iba a buscar.

En cuanto dio un paso dentro de la habitación, de otra salió un hombre, de cuerpo atlético, cabello un poco largo castaño y rasgos que cualquiera podría considerar atractivos. Detrás de él se escucharon las risas de un par de mujeres, a las cuales Serene ignoró por sonreírle al hombre, de una forma un tanto hipócrita porque no estaba ahí para ver a un antiguo amigo, sino todo lo contrario.

Cualquier persona que viera a Lackasag diría que era un hombre en sus veinte o treinta, igual que si la vieran a ella también pensarían que estaba por el mismo rango de edad, cuando la realidad era otra muy diferente.

El brujo no pudo evitar mirar a la mujer frente a sí. Serene no había cambiado en nada desde la última vez que la había visto, varios siglos atrás. Su cabello, por completo liso, se pegaba a sus mejillas. Sus labios, pareciendo estar siempre en un mohín por su forma regordeta y estrecha, se veían rojos, aunque él sabía que no tenía ningún tipo de maquillaje, combinando con sus pómulos resaltados, su rostro fino y delgado que eran acompañados de unos ojos almendrados azul oscuro. No había dejado de usar sus vestidos largos y vaporosos, ni de usar el color rojo como referencia, aunque no pudo evitar notar que usaba unos guantes que con anterioridad no había usado. Pero él conocía su función.

Fue directo a una gran mesa con todo tipo de comida. Tomó una botella, llena de líquido espeso y oscuro, y sirvió una copa.

—Me preguntaba cuándo vendrías a verme. Tu presencia no ha pasado desapercibida, ni siquiera con tu uso de tus limitantes —dijo él, señalando con su copa las manos de la mujer—. ¿Te ofrezco una copa?

—No, gracias, sigue sin gustarme la sangre como alimento. Y mis limitantes son solo una muestra de que vengo en son de paz.

El brujo comenzó a dar pasos alrededor de la hechicera.

—Pero tus poderes hace mucho dejaron de concentrarse en tus manos. Todo tu ser exuda magia, poder.

Ella lo miró por el rabillo del ojo, sin perderlo de vista.

—La mayor parte se sigue centrando en mis manos.

—¿A qué has venido, Serene? —preguntó por fin él, dejando de lado esa actitud cordial que siempre había tomado con la hechicera.

—A pedirte por última vez que deshagas todo lo que has creado. —El brujo echó su cabeza hacia atrás para reírse.

—Eso nunca pasará, Serene. Pronto la luna de sangre se pondrá, todos tus hijos estarán debilitados y yo actuaré... Decidiste luchar contra mí cuando podías unirte a mi causa, después de todo los humanos te siguen comprobando que son desagradecidos y que irán por ti en cuanto puedan. Te enamoraste solo una vez, de un humano, valga aclarar, y te quitaron a tu familia, ese mismo hombre lo hizo. Te han hecho esconder por siglos, Serene. Tú nunca has conseguido nada con los humanos, y ahora tus manadas están debilitadas por el acercamiento de la luna sangría. Yo, por el contrario, tengo el poder de todos los vampiros, tengo mi magia y, muy pronto, tendré a los humanos sometidos, al igual a tus lobos. Solo tú podrías detenerme, pero ambos sabemos que usar tu magia en tal magnitud te consumiría hasta morir en pocos minutos, y no tienes a nadie a quien pasarle tu magia: tu descendencia murió hace mucho, pero aun te debo una disculpa por ir tras ellos, cuando mis muchachos me trajeron sus cuerpos humanos sentí pena por ti, pero debes entender que todo lo hice con el propósito de conservar la vida que creé. Te quedas sin nada, a menos de que quieras unirte a mí.

Serene sonrió internamente. Dio un paso hacia el brujo, tendiéndole una mano, que él no agarró, pero estaba bien, porque ella no quería que él la tocara.

—No podré usar mi magia contra ti, es cierto. Mi familia murió, eso también es cierto, pero aún tengo en mi poder lo que más anhelas, Lackasag: todas las almas de las personas que has asesinado. Ambos sabemos que los vampiros no te importan, solo quieres hacerte con las almas para tener más poder.

Él se dio la vuelta para mirarla.

—Sigues siendo tan inteligente como siempre, Serene... Eso sigue siendo atractivo.

Serene lo ignoró.

—Si estás dispuesto a seguir con todo esto, creo que solo me queda hacerte una advertencia: daría mi vida por verte hecho cenizas y no descansaré hasta no verlo. Tu vida duró mucho, pero la sangre que te mantiene joven acabará en algún momento.

Él la señaló, si tomarse en serio sus palabras.

—He escuchado de tu profecía y aunque no la sé, tengo entendido que me concierne.

Serene dio otro paso hacia él hasta que tuvo el rostro de él lo suficiente cerca para rozar sus labios con el lóbulo de su oreja.

—Solo deberías saber que eso que nunca has sentido, ni sentirás, es lo que le da fuerza a la profecía: amor. Te veo en unos meses, Lackasag, espero que el infierno de tu vida no te consuma con mucha fuerza.

—Oh, querida, ahí me dijiste parte de tu profecía, ahora todo cambiará.

Serene se irguió, pero solo con una mirada más al brujo salió del pasadizo. No necesitaba estar aquí, solo había tenido que poner al tanto a su rival de que la profecía se estaba desarrollando y estaba pronta a tener un final. Sí, le había contado parte de la profecía, así que, en su cabeza, como si estuviera soñando despierta, se reproducía la imagen de una batalla donde una joven castaña moría en manos de su novio, dándole la victoria al brujo. Pero que un protagonista conociera de la profecía no necesariamente significaba que tenía que ser consciente de eso.

Había tenido que manejar muchas profecías a lo largo de su vida, sabía qué hacer para que ellas tuvieran el desenlace que necesitaba, y los detalles para volver a encaminarla a su rumbo podían llegar de cualquier manera... hasta en forma de sueños que un humano no recordaría, pero siempre se quedaría en el inconsciente.

Lunas escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora