Capítulo 29.

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No podía quitarle los ojos de encima a Alan mientras Belén pululaba de un lado a otro, atendiéndolo.

Tragué mis lágrimas, cogiendo lo mejor que pude la taza que desde hace minutos tenía en mis manos. El silencio era incómodo para mí, pero no por mi compañía, sino porque quería escuchar la voz del chico en la cama que no abría sus ojos. Además, me sentí tan culpable, que estar sentada con Adrián a mi lado mientras su esposa se dedicaba a atender a su hijo, me hacía querer salir corriendo o ponerme de rodillas para pedirles perdón.

Me había deshecho en disculpas y, aunque habían asegurado que no me odiaban como estaba creyendo, no podía quitarme de encima la sensación de culpabilidad.

—¿Despertará pronto? —Belén le dio una mirada a Adrián, quien tragó de una forma muy audible para mí que estaba a su lado. Mi pregunta no obtuvo respuesta, así que decidí cambiarla para no incomodarlos a ellos—. ¿Cómo están los demás?

La casa estaba llena. No sabía que había tantos curanderos hasta que no los vi en acción dentro de la casa de los Lee. Tampoco había dimensionado la cantidad de nacidos en luna azul hasta que no los vi a todos ellos en esa bodega.

Cerré los ojos, respirando para no traer de nuevo el recuerdo. Braham me había ayudado con eso, poniendo como un velo en mi mente en todo lo que había visto para hacerlo más llevadero.

—Las dejaré solas —dijo Adrián, levantándose y saliendo de la habitación con prisa.

Belén y yo nos quedamos en silencio por unos segundos antes de que ella se sentara a mi lado en el sofá.

—La casa está llena. Algunas manadas tuvieron que dejar a los suyos aquí porque no podían arriesgarse en el viaje... Kiona está en la habitación contigua, por si quieres ir a verla, está despierta, aunque cansada y herida. Trevor está en su habitación, con Alice, aunque él como Alan... —su voz se quebró. Sus ojos se inundaron a la vez que los apartaba de los míos. Sollozó, causando que mis ojos también se volvieran a llenar de lágrimas—. No sé cuál es la manía que tienen estos dos de hacer las cosas tan parecido. No sé qué hubiera sido de mí si fueran gemelos... Alan... Lo que pasa con él es una especie de coma, solo que en nuestra especie no es tan igual; su mente está desconectada de su alma, así que hay más riesgos de que no despierte. —Sorbió, limpiando su nariz roja al igual que sus ojos—. No podía decirte eso frente a Adrián, aunque lo sabe. El escucharlo de mí... lo destrozaría, porque ama demasiado a sus hijos y a Alan...

Entendí. Yo misma había sido testigo varias veces del cariño que se tenían ellos dos. Alan admiraba a su padre de una manera casi inexplicable, y Adrián cada que lo veía alzaba su cabeza con orgullo impregnado en sus ojos.

Bajé la mirada, con vergüenza. Mi mano estaba vendada. Se había hinchado por el golpe que le había dado a Evoleth, aunque eso no era nada comparado a algunas partes del cuerpo de Alan.

No me había separado de él en ningún momento, de hecho había ayudado a Belén a sacar la plata que tenía en su pecho y brazos, a echar algún ungüento en sus heridas y a limpiar la sangre.

Mis ojos dieron pequeños parpadeos involuntarios cuando, sin pensarlo, miré a Alan.

Quizá lo único que tenía intacto era la línea en su brazo, igual a la mía, solo que en el lado contrario.

—¿Por qué pasó eso? ¿Por los maltratos o es por otra cosa? —Belén suspiró.

—Presentía que algo no iba bien desde hace algunas semanas, cuando comenzó a alejarse de Adrián. Un licántropo cae en ese estado cuando su mente ha sido muy manipulada y no encuentra algo a lo cual aferrarse... No sé qué pasó, ni qué hizo mientras su mente estaba al poder los vampiros, pero puede ser algo que lo haya dejado sin una esperanza a lo cual tenerse para despertar.

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