Capítulo 23.

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Levanté la mirada, dejando los papeles de lado, para mirar la secretaria que seguía con su trabajo sin inmutarse de mi neutral mirada.

El director había necesitado mi «ayuda», aunque fue más bien un castigo por verme caminando por el pasillo dos minutos después de haber tocado la campana. No fue mi culpa, y, de hecho se notaba que lo único que necesitaba era a alguien que le ayudara a buscar los papeles de alumnos que se iban a retirar, porque para llegar a las clases teníamos por lo menos cinco minutos luego del aviso.

Me sorprendí cuando escuché mi apellido salir de su boca. Pensaba que, al ser tantos en el instituto, no recordaría más que los nombres de los destacados, tanto en inteligencia como por lo contrario a ella. Nunca pensé que recordaría mi nombre, aunque, claro, yo era la amiga de la chica que mayores problemas traían a su vida. La amiga de la niña Alice.

Bufé, volviendo a buscar entre los archivos las carpetas de los cinco alumnos que se retiraban.

—Es increíble. Una niña que se sale de estudiar por tener un pequeño. ¡Y solo tiene diecisiete años! ¿Puedes creerlo? Esa es una de las consecuencias de dejarte enredar por tu noviecito de turno. Pobre chica —se quejó la secretaria, dando un visto al expediente de la chica que minutos atrás le había pasado.

Tragué el malestar que se instaló en mí al escuchar a la secretaria hablar. ¿Yo era una de esas chicas que se había dejado engatusar por su novio «de turno»?

Respiré hondo, ignorando las palabras de ella. Casi que le estaba haciendo el trabajo mientras ella se dedicaba a juzgar a la chica por sus decisiones.

—Todo debería de ser como antes: llegaban vírgenes al matrimonio... me tocó esa época.

Y ahora es una divorciada.

Fingí no escucharla, más cuando dijo lo que había sido mi antiguo sueño: entregarme solo a una persona.

Creo que fue algo inconsciente el llevar mi mano a mi brazo, tocando la barrita de allí. Tal vez debía quitármela, tal vez no debería hacerlo. No podía saber qué pasaría en un futuro, y aunque no quería tener relaciones con nadie en ese instante, no podía descargar posibilidades más desafortunadas, tristes y que no debería pensar porque eran pensamientos y situaciones muy negativas, pero no podía descartarlas.

Recordé cuando Alan me acompañó a la cita para ponerla, su incomodidad e impresión cuando sintió la barrita para luego tocarla cada que recordaba que la tenía, pareciendo un niño pequeño con un juguete.

—¿Te sientes bien? —Alcé la mirada, sobresaltada por haber escuchado la voz de la secretaria tan cerca de mí—. ¿Te está doliendo algo?

—No. Me encuentro bien, no se preocupe.

—Bueno, puedes buscar los archivos e irte. —Guiñó, siguiendo su camino mientras mi mente pensaba que eso era justo lo que iba a hacer.

—Gracias, es muy amable. —Me giré en busca del último archivo que me faltaba, pero todo estaba desordenado, muy desordenado.

Lo encontré luego de unos minutos en los que la secretaria solo hablaba de cosas a las cuales no prestaba atención.

Al salir no entré a la clase que tenía, solo quedaban pocos minutos para el cambio y sería llamar la atención de los otros estudiantes, a pesar de tener permiso firmado.

Era extraño que para las clases tengas que llevar permiso si llegas tarde siendo un senior, pero para salir no necesitas más que tener un par de piernas y tu carné que demostraba que eras de último año.

Lunas escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora