Capítulo 12

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Resoplé cuando vi que el vampiro no me dejaba abrir la puerta.

—Ya te dije que no iré a ningún lugar contigo.

—Podría convencerte de otras maneras más que rogando.

Exhalé una risa.

—Deberías intentarlo —dije, señalando el colgante de mi collar. Él lo miró y sonrió.

—¿Y collar de protección? El pulgoso es una buena persona, al fin y al cabo, dándote un dije hechizado aun sabiendo que no eras su pareja.

Suspiré cuando, una vez, intenté abrir la puerta y él la volvió a cerrar.

—¿Quisieras dejarme en paz? Entiendo que un vampiro siempre quiera hacer el mal y todos esos cuentos, pero resultas cansón restregándome en la cara que no soy compañera de Alan.

Por alguna razón se rio.

—Oh, pero solo lo hago para verte sacar tus garras, pequeña gata.

—Me llamo Abril, y no soy una gata.

—Y yo me llamo Braham, gracias por preguntarlo. Y sí lo eres, es nada más verte esas largas garras y ese carácter que parece ser tierno, pero resulta filoso.

De manera inconsciente me miré mis uñas. No estaban tan largas como él decía, pero sí necesitaban un pequeño arreglo.

Me crucé de brazos, rendida.

—¿Qué quieres?

—Ya te lo había dicho: creo que necesitas un hombro amigo en tu momento débil, para eso te dejé mi número.

—Tengo amigos, no necesito el hombro de un vampiro que anda detrás de mi ex y que de seguro quiere sacarme cada gota de sangre de mi sistema.

—No es por ofenderte, pero la sangre humana es asquerosa. Podrías partirte una pierna en este momento o abrirte la garganta y lo único que quisiera hacer sería vomitar, aunque lástima, no podría hacerlo.

Lo miré frustrada, pero decidida a probarlo. De igual manera estábamos en plena luz del día, los estudiantes seguían buscando sus autos para irse a casa, así que también tenía público.

Miré mi codo, el lugar en donde había una herida cicatrizando y que me había hecho en uno de los últimos entrenamientos con los licántropos. Era algo positivo que no tuviera que seguir volviendo a ello, pero creí que seguiría con el ejercicio.

Alan me había mencionado que los vampiros se agitaban al sentir el olor de la sangre humana, aunque fuera una sola gota, así que comprobé que él decía la verdad cuando me quité la costra y solo levantó una ceja, sin que sus ojos cambiaran de color al rojo característico de un vampiro hambriento.

—¿Satisfecha? —Resoplé en respuesta—. No sé por qué te enojas tanto; te estoy ofreciendo ayuda y una amistad que te puedo asegurar te hace falta.

—Lo único que me hace falta es que me dejes ir a mi casa.

Levantó sus manos en señal de rendición, alejándose de la puerta. Suspiré, pudiendo entrar al auto, sin embargo, no esperé que él entrara también a él.

Gruñí, dejando caer mi cabeza en el volante al notarlo a mi lado.

—Que molesto.

—Persistente, prefiero llamarlo.

—Mira, Braham. Tengo amigos, no te necesito ¿Y por qué haces uso de tus dones en un lugar público? Cualquiera puede notar que pasaste de un lugar a otro en cuestión de milisegundos.

Lunas escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora