Capítulo 20.

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Me sobresalté cuando, al cerrar mi taquilla luego de la jornada vi a alguien recostado a mi lado.

Resoplé al ver la cabellera de Amber.

—¿Qué quieres, Amber?

Se vio sorprendida al verme.

—¿Estás bien? —Sonreí con los labios apretados y sin quererlo en realidad.

—No creo que te interese.

Ella resopló.

—Cada vez entiendo mejor por qué fuimos amigas en un pasado; puedes ser muy borde cuando lo quieres.

Me crucé de brazos, haciéndole frente.

—¿Qué quieres?

Bajó la mirada a sus manos por un segundo, viéndose incómoda.

—Te he notado algo apagada, y por lo que dicen por ahí creo que es por Alan. Yo...

—Si vienes a restregarme en la cara que terminé con él, guárdatelo.

Ella volvió a resoplar.

—No vengo a eso, Abril. Mira, sé que fui una perra contigo, siento no haberme dado cuenta de eso antes. También siento lo que hice solo por celos y por algo que pasó hace años.

No creía que esas palabras salieran de ella, así que solo me quedé mirándola.

Amber había comenzado a salir con un chico universitario, así que supuse que algo tenía que ver él en eso.

—¿Por qué lo dices ahora? —Ella me lanzó solo una mirada conocedora. Fue mi turno de resoplar—. No deberías pedir perdón si alguien te dice que lo hagas.

—Nadie me lo pidió. Me di cuenta de que hice mal cuando sentía vergüenza de decir lo que hice. Además, hablé con Alice hace unos días; ella está preocupada y viendo tu estado hoy, cualquiera lo estaría.

—Creo que solo es estrés, no hay de qué preocuparse por un derrame ocular.

—Aun así, deberías ir a que te revisen.

Ya lo sabía, pero sus palabras y actitud me causaron una risa que hasta a mis oídos sonó odiosa.

—¿Ahora nos comportaremos como amigas? —Su espalda se separó de las casillas.

—No. Ahora somos muy diferentes como para ver a eso... Debo decir que, aunque haya pasado algo con Alan, me alegra que hayas podido cambiar con su ayuda; ya no eres la chica tímida de antes, y por fin puedo decir que tienes más amigos aparte de Alicia.

Fruncí el ceño, confusa.

—Debo irme, Amber.

Ella solo sonrió antes de seguir su camino. Yo, en cambio, tomé mi bolso con fuerza y me encaminé hacia otro bloque del instituto, en donde había sacado una cita con la psicóloga.

Toqué la puerta al llegar, pasando luego de que me dieran la autorización.

Nunca había requerido a un psicólogo, o sí, pero no tanto como en el momento.

La oficina era de paredes blancas llenas de cuadros coloridos y sin formas definidas. No había uno de esos sofás que mostraban en la televisión, pero sí había uno que parecía muy cómodo, junto a un escritorio y dos sillas. La única decoración, a parte de los cuadros, era una estantería con varias macetas en ella y otras pocas regadas en las esquinas. Se veía un ambiente agradable, limpio y silencioso.

Carraspeé para llamar la atención de la psicóloga que hacía anotaciones en una libreta. Al alzar la cabeza me sonrió y me señaló el sofá, en el cual tomé asiento sin demora y dejando mi mochila a mis pies.

Lunas escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora