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Al final llegamos a un par de acuerdos. Mamá se tuvo que resignar: no pasaría ninguna de las fiestas de fin de año con ella. Intentó convencerme con una «velada familiar», pero no lo consiguió. Se creó un tómalo o déjalo incómodo. La situación sólo empeoraba. Ella no quiso cambiar sus planes así que yo le prometí otros días, los que eligiera. Tal vez no fuera la mejor solución pero era lo que había. ¿Estaba siendo egoísta? Sin duda. Pero también ella.

Laura tampoco podía concederme esos días. Mis planes se desenvolvieron en torno a salidas con los chicos del trabajo y encierro en casa. Así mi tiempo quedó reservado. Con Laura habíamos quedado hasta el 27 pero, por fortuna, pudimos vernos un poco antes.

—No me vayas a regalar nada caro —me dijo. Lo dijo en serio.

—Ahorita sólo ayúdame a escoger algo para mi madre.

—¿Y cómo es ella?

—Trabajadora, centrada, responsable... —Por un momento me pareció hablar de otra persona, pero no me detuve—. Valiente, honesta...

—Que alguien llame a Freud —fingió gritar, escondiendo el rostro a modo de broma.

—Ja,já, muy graciosa —bufé—. Últimamente no nos va bien y no quiero atormentarla más. Necesito una especie de... ¿ofrenda de paz?

—La familia es un verdadero dolor en el culo —suspiró.

No podría haberlo dicho mejor.

Pasemos de tienda en tienda como si fuéramos una parejita adolescente. No lo digo para burlarme de mí mismo, o de los adolescentes; así fue. Gestos infantiles y todo. Parecíamos habernos quedado entascandos en esa fase de luna de miel. Pero éramos melosos sin esfuerzo, ¿y eso cómo lo ocultas? A mí no me importaba, o más que restarle importancia, ni siquiera lo consideraba. Estaba con ella, al fin, después de tanto esfuerzo. Para qué desperdiciarlo poniéndole freno a mis sentimientos.

—A esto no le puedes decir que no —le dije cuando nos detuvimos unos minutos en un quiosco y noté que algo le llamaba la atención. Aceptó que le regalara un par de cosas, lo que no era común en ella, que solía mostrarse recelosa ante estos detalles.

No me costó descubrir este rasgo de su carácter. Y aunque nunca me aclaró nada, yo visualicé a su desconocido padre, las condiciones, sus trabajos a escondidas y sus pocos lujos. Peleaba su independencia desde todos los francos, y obviamente el económico le tocaba un punto especial. No lo vi como nada malo, aunque me habría gustado que aceptara mis presentes sin pensarlo tanto. Con el tiempo fui descubriendo el tipo de cosas a las que no le ponía peros, sin embargo, y así el asunto se fue suavizando.

Luego de dar más vueltas nos quedamos en el FoodCourt; nos demoramos casi media hora tan sólo en elegir, y entre esto, la comida y la conversación, pasamos dos horas sentados, como si el mundo a nuestro alrededor hubiera desaparecido.

Lo que dejamos atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora