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Con el paso de los días fui conociendo la dinámica de su vida: tenía un padre estricto que no la dejaba trabajar ni durante las vacaciones, así que ella tomaba trabajos temporales, de no más de un fin de semana, la mayoría como edecán, presentando productos en supermercados o en eventos patrocinados por marcas de bebidas energéticas. Y por eso también contaba tanto con el apoyo de Ángela, su mejor amiga, su cómplice, su inseparable protectora, la chica que todavía no conocía pero que ya me agradaba. Fue por esta razón que después de la cita en el apartamento tuve que esperar más de dos semanas para volver a verla. Intercambiamos mensajes de vez en cuando, claro, pero no era lo mismo. Me hacía falta su risa contagiosa y lo cómoda que siempre parecía a mi lado, el sexo con ella, la naturalidad con la que nos acoplábamos, la inexistentente pena y las nulas obligaciones que sentíamos para con el otro una vez terminábamos. Debía significar algo. Dejé que el ego se me inflara creyendo que era así porque yo le interesaba lo suficiente. Estaba entre hechizado, confundido y convencido; un cóctel peligroso que uno siempre bebe con mucho gusto y en grandes cantidades.

Para nuestra sexta cita formal, sentía que Laura me gustaba. La magnitud de mis sentimientos se mantenía en reserva, por supuesto, más un mecanismo de defensa que otra cosa. Estaba acostumbrado a moverme con calma, pero también tenía miedo de que, pese a mostrarse tan favorecedora conmigo, alguien se me adelantara. Entendía que me estaba adelantando, y que en estos espacios debería permitirme otras cosas. Me enfoqué en conocerla mejor para no dejar que la ilusión me ganara. Sus gustos, sus perspectivas. Había de todo. Tenía planeado estudiar Psicología en la universidad, de alguna manera la imaginé más como alguien de Artes pero cómo saberlo, no pasó de ser una impresión. Ni ella misma estaba muy segura, en parte, me dijo, debido a su relación con su padre. Se sentía culpable e inútil. Cuando me hablaba de esto su expresión se ensombrecía, así que jamás la traté con condescendencia. La relación con su padre era complicada en parte por su sobreprotección y su control, en parte porque Laura sentía que experimentaría mucha culpa si de pronto cortaba de tajo su relación con él. Hablar era inútil. Era un hombre cerrado y terco. Pero no dejaba de intentarlo porque no había nada que deseara con más fuerza que su padre la dejara hablar con él con honestidad, con una actitud abierta. Lo que a más le temía era que, con el tiempo, muchas de las cosas que su padre le había dicho, o que con su actitud hacia ella le había demostrado, comenzaran a significar su única verdad. Laura era alegre, jovial, pero también tenía ese lado oculto, ese que todos tenemos y que casi nadie más conoce, en donde escondía sus inseguridades, lo inútil que se sentía cada vez que consideraba llevar una vida separada; la mayoría del tiempo creía que no podría conseguirlo. Tenía miedo.

Yo sólo podía comprenderla a medias porque, por suerte, la relación con mi madre siempre había sido bastante abierta. Últimamente estábamos más distanciados de lo normal, pero esto no quería decir que nos podíamos desentender el uno del otro con facilidad. Siempre lo habíamos visto como una especie de respeto al espacio ajeno. La confianza que nos profesábamos no era del todo perfecta, pero había ayudado a que nuestra relación fuera estable. Y aunque la confianza hacia mi madre había fluctuado un poco en los últimos meses, seguía siendo lo suficientemente fuerte para que no me preocupara más de la cuenta por ella, y viceversa.

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