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Al despertar y ser consciente de mi entorno, noté que sólo habían cajas, cajas y más cajas por todos lados

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Al despertar y ser consciente de mi entorno, noté que sólo habían cajas, cajas y más cajas por todos lados. La realidad terminó de despertarme y tuve que tomarme un par de minutos para que el mal humor no me dominara. Por suerte era domingo, no tenía trabajo y las cosas de la universidad todavía podían esperar.

Me dirigí al cuarto de baño para lavarme la cara, pero como ya me había planteado no volver a la cama, decidí bañarme de una buena vez. Al regresar a la habitación revisé la hora en el celular, entonces noté que tenía varios mensajes de Alan y los chicos, y como buen amigo, en lugar de contestar el mensaje, decidí llamarlo.

Alan no respondió a la primera ni a la segunda, iba ya por el sexto intento cuando escuché su voz:

—¡Jódete!

Tiré el celular sobre la cama y me dirigí a la cocina por algo de comer. Al ver a mamá en el desayunador recordé su mensaje de la noche pasada, ese que todavía no leía... Y que seguía sin querer leer. De poder, habría evitado toda platica con ella, convencido como estaba por el rencor de que poco podía enmendarse por el momento. Sin embargo, no estaba en mí huir de las conversaciones importantes.

—Buenos días, má —le dije. Ella alzó el rostro al verme.

—No tienes resaca, veo, eso me alegra —sonrió, alzando el vaso como si estuviera proponiendo un brindis.

—Bebí muy poco —comenté. Me acerqué a la refrigeradora, saqué algo de jugo y una manzana, para luego sentarme al lado de ella.

—¿Y qué tal estuvo? —preguntó.

—Ah, normal, lo de siempre —respondí para después darle un buen mordisco a la manzana..

—Me alegra que te hayas divertido, Ce, después de... —suspiró, dejó el vaso en la mesa y se volteó para mirarme—. Te debo una disculpa.

—¿Por decirme algo que se suponía yo no debía saber?

—Sí. Tengo que disculparme porque en realidad tenía la intención de ocultarlo. No, más que eso, llevaba bastante tiempo ocultándotelo ya. Tu padre... —volvió a suspirar—. Tu padre creció con muchas dificultades. Cuando tenía diecisiete ya se mantenía por sí mismo, y verás, no le resulta muy «aceptable» el que tú, ya con veintiuno, sigas viviendo conmigo.

—Pues ve diciéndole que estos son otros tiempos —dije—, y que sólo me ayudas parcialmente, que tengo planes para el futuro, que me apoyas. Ahora bien, má, si eres tú quien ya no me quiere a tu lado es otro asunto.

—Ni en toda una vida. Ni en un millón de años, Ce —me interrumpió—. Yo más que nadie sé que no estás tomando nada a la ligera. Por mí no tienes que preocuparte.

—Igual, por más que insististe, no soy bienvenido en su casa, ¿verdad?

—De eso quería hablarte...

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