Capítulo 41

2.6K 204 133
                                    

Sin importar cuántas veces Légolas había insistido en entrar a los aposentos de Isabelle, la respuesta de Arwen siempre era la misma: «Debes dejar que se recupere. Todavía está un poco delicada», pero ya había pasado un día entero y los elfos curanderos parecían reacios a abandonar la habitación de la princesa para dejarlo entrar y él comenzaba a desesperarse. ¿Acaso no podían ponerse en su lugar por un segundo, siquiera? Había estado a punto de verla morir y luego, había pasado días enteros pensando que no despertaría, creyendo que la había perdido para siempre. Necesitaba verla, saber que estaba bien y decirle todo lo que tenía atorado en la garganta desde que se había marchado de Edoras, pero no importaba cuánto insistiera, nadie parecía entender cómo se sentía estando lejos de Isabelle.

Y ahí estaba él, sentado en una de las escaleras del palacio mirando a los invitados a la celebración organizada por lord Elrond entrar y salir del Gran Salón, esperando a que aquella aburrida tertulia acabara para poder irse a la cama. A pesar de que apenas podía conciliar el sueño, prefería estar en la soledad de su habitación, en lugar de pasar la noche rodeado de personas que ignoraban el delicado estado de salud en el que estaba su amada.

—¿Todavía estás aquí? —preguntó Gimli, quién acababa de salir del Gran Salón con una enorme jarra de cerveza entre las manos— ¿No piensas venir a celebrar?

«¿Qué se supone que debería celebrar», quiso responder, pero prefirió no arruinar la felicidad de su amigo.

—No... Creo que me iré a la cama —dijo con voz neutra. Se sentía agotado y lo último que quería, era entrar en un lugar repleto de gente eufórica. De solo pensarlo, la cabeza le daba vueltas y le dolía.

—¿Tan pronto? —Légolas asintió y se puso de pie— Pero... Aragorn estaba buscándote.

—¿Aragorn? —repitió el príncipe, deteniéndose a mitad del camino— ¿No estaba adentro, contigo?

Gimli palideció y se rascó la barba, apartando sus grandes ojos de los del príncipe.

—Este... Yo... Sí, pero luego dijo que necesitaba hablar contigo y salió a buscarte. Creo que está en los jardines...

—¿Estás seguro? No recuerdo haberlo visto salir del...

—Totalmente. Él mismo me lo dijo.

—Pero he estado aquí desde que inició la reunión y no lo he...

—¡Dije que salió a buscarte y quiere hablar contigo! —rugió Gimli, poniéndose rojo como tomate— ¡Ahora!

Légolas lo miró, sorprendido.

—¿Qué puede ser tan urgente que no puede esperar hasta mañana?

Gimli inhaló y exhaló profundamente, haciendo un sonido extraño al soltar la respiración. Se veía molesto y algo nervioso.

—Mira, orejas picudas, yo no soy mensajero de nadie —gruñó, ofendido—. Así que, si tanto te interesa, más te vale que busques a Aragorn y descubras por ti mismo de qué se trata ese asunto que quiere discutir contigo. Está esperándote en los jardines —agregó, un poco más calmado. Dio media vuelta y regresó al Gran Salón, desperramando gotitas de cerveza en el camino.

El príncipe lo observó tambalearse hasta una de las mesas en las que estaban los hobbits y suspiró, tallándose los párpados con fuerza. Estaba cansado y no tenía ánimos de hablar con nadie, ni siquiera con Aragorn. Lo único que quería, era obligarse a dormir para acabar el suplicio de ese espantoso día y así, con un poco de suerte, ignorar la dolorosa sensación de no poder correr a los brazos de su amada, abrazarla, besarla y sentir la calidez de su cuerpo contra el suyo, escuchar los suaves, pero firmes latidos de su corazón y quedarse a su lado, sin que nada ni nadie los obligara a separarse otra vez.

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora