Capítulo 4

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El día de partir finalmente había llegado.

Era pasado el mediodía, cuando los elfos de Rivendel y los demás invitados al concilio se reunieron en las enormes puertas de la ciudad para despedirlos y entregarles lo necesario para sobrevivir durante el viaje: comida, ropa, mantas y unas cuantas armas.

Isabelle se removió incómoda, cuando notó que los hombres de Góndor la miraban con desprecio y desaprobación, murmurando cosas como que ella sería un simple peso muerto para la misión.

—¿Y bien? —inquirió Arwen, parándose frente a su amiga para despedirla— Es tu última oportunidad para desistir.

Isabelle negó con una pequeña sonrisa y la abrazó.

—Tal vez tu también creas que fue una decisión inoportuna, pero... siento que estoy haciendo lo correcto, Arwen —susurró—. No creo que aquí encuentre la paz que necesito. Ahí afuera, en cambio, al menos podré hacer algo por aquellos que lo necesitan.

Arwen se aferró más a ella, como si no quisiera dejarla ir.

—Pero es muy peligroso, Isabelle —dijo con un ligero tono de desesperación—. ¿Qué pasa si cuando todo esto termine, no volvemos a vernos?

—Si eso pasa —murmuró, mientras se apartaban—, entonces, recordarás lo mucho que te quiero y lo agradecida que estoy por haberte conocido. Tienes que prometerme que serás fuerte y que seguirás adelante, pase lo que pase, por ti y por él...

Isabelle miró disimuladamente a Aragorn y luego a su amiga, quién se había puesto tan colorada, que daba la impresión de que había pasado horas corriendo.

—Tú... ¿C-cómo lo sabes?

—Te conozco desde que éramos niñas, Arwen.

—Yo... lamento no habértelo dicho antes.

—No hay nada por lo que disculparse, undómiel*¹. Estoy muy feliz por ti.

La hija de lord Elrond sonrió apenada.

—Que Eru te proteja, Isabelle —susurró, cuando vio que los demás comenzaban a alejarse de sus grupos para unirse a la comunidad—. Vuelve a salvo...

Isabelle asintió con los ojos bañados en lágrimas.

—El camino será largo y peligroso —dijo lord Elrond, cuando todos estuvieron reunidos al centro—, pero a cada lugar que vayan y siempre que lo necesiten, contarán con la protección de los pueblos libres —los hombres de Góndor se miraron entre ellos, arqueando las cejas con una expresión burlona—. Cada uno de ustedes, ha tomado esta decisión por valentía y honor, y es así como serán reconocidos —miró a los miembros de la comunidad, deteniéndose en Isabelle—. Que los Valar los acompañen y protejan —agregó.

Y, dicho esto, la comunidad se internó en el bosque con el Mago Gris como guía. Siguieron un pequeño sendero en el corazón del bosque por horas, sin siquiera detenerse para descansar o hablar, pues a pesar de que todavía estaban en los terrenos de Rivendel, era peligroso que se detuvieran por mucho tiempo.

Caminaron hasta el día siguiente, hasta que finalmente salieron de las profundidades del bosque y se encontraron con un amplio campo rocoso.

—Pararemos aquí —anunció Gandalf, apenas estuvieron bajo los rayos del sol. Los hobbits soltaron suspiros, aliviados—. Es más seguro descansar en el día. Los orcos detestan la luz —explicó, al ver las caras de confusión de los medianos.

—Prepararé algo para comer, entonces —dijo Sam, quitándose el bolso de la espalda. Sacó una olla y lo que parecían ser patatas con salchichas.

Los hobbits y Gimli se dejaron caer con la respiración entrecortada, mientras que Mithrandir y Aragorn discutían que camino tomar. A los pocos minutos, el único ruido que se escuchaba, era el de los ronquidos del enano y la pequeña fogata que había encendido Sam para cocinar.

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora