Capítulo 22

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Ni siquiera sabía dónde estaba. Había huido de la compañía del mago y se había alejado tanto como le fue posible, hasta que el Abismo de Helm desapareció tras ella y estuvo segura de que nada ni nadie podría encontrarla.

Necesitaba estar sola. Necesitaba pensar y asimilar todo lo que estaba ocurriendo.

No estaba segura de cuánto tiempo estuvo afuera; un día, una semana, un mes o incluso tal vez, un año. El tiempo transcurría lento y su mente no dejaba de susurrarle que era una ingenua, un estúpida por no haber descubierto el secreto de sus padres, por haber confiado ciegamente en alguien que no valía la pena, en alguien que no se interesaba por ella en lo más mínimo.

La confesión de Gandalf le había herido en lo más profundo de su ser. ¿Cómo era posible que las personas en las que más confiaba en el mundo, fueran capaces de ocultarle la existencia de su hermano y su cercanía con el Señor Oscuro? Eran tantas preguntas que iban surgiendo conforme pasaba el tiempo, que estaba enloqueciendo. La sola idea de buscar respuestas en Gandalf, le repugnaba. Jamás volvería a verlo de la misma manera. Había tardado décadas en construir un lazo de confianza y amistad con el mago, pero este se había roto en cuestión de minutos.

Cuando regresó a la torre de Helm, el cielo estaba oscuro, por lo que supuso que había estado afuera un par de horas, a lo mucho. Sentía la garganta seca y los ojos hinchados. Había llorado tanto, que las lágrimas simplemente habían dejado de salirle, dejándola en un estado de trance eterno.

Isabelle sacudió la cabeza, alejando los intrusivos pensamientos de su mente y subió los últimos escalones que le quedaban hasta el piso en donde estaban sus aposentos. Atravesó el estrecho pasillo y entró a la habitación, en silencio.

Aunque las velas estaban apagadas y la luna no brillaba esa noche, le fue sencillo ver la silueta parada frente a la ventana.

Las lágrimas volvieron a aparecer cuando supo de quién se trataba, pero las apartó rápidamente con sus dedos fríos.

—Légolas...

El elfo se dio vuelta de inmediato, sobresaltado. Su piel estaba pálida como la nieve, sus labios estaban tensos y su postura lo hacía ver desorientado.

—Isabelle... —susurró, acercándose— ¿Dónde... dónde estabas?

La princesa tragó saliva.

—N-no lo sé...

Légolas estaba visiblemente preocupado. La estrechó entre sus brazos y la apretó con fuerza, temiendo a que volviera a desaparecer o a desvanecerse en la nada.

—Estuve toda la tarde buscándote, pero no te encontré por ninguna parte —musitó afligido—. Estaba tan preocupado. Creí que algo malo te había pasado —susurró el príncipe, sin soltarla todavía— ¿Qué ocurrió? ¿Por qué te fuiste de pronto?

—Y-yo... necesitaba estar sola.

—¿Está todo bien?

Isabelle cerró los ojos y tragó saliva con dureza. Los párpados le ardían y el hilo entre su garganta y su estómago, se había tensado.

Negó, lentamente. Agachó la cabeza, derramando lágrimas silenciosas sobre el pecho de su amado.

—Cariño... por favor, habla conmigo.

La princesa se apartó de él y caminó hacia la cama, sentándose en el borde del colchón con el rostro oculto tras las palmas de sus manos. Légolas la siguió, se arrodilló frente a ella y con el corazón encogido, le descubrió la cara.

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora