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—Mejor cállate y comencemos.

—Sí, bien, empecemos.

Ambos hombres se quedaron observando la habitación, dudosos sobre sus próximos movimientos.

—¿Sabes?— preguntó Luke— No pensé que íbamos a llegar tan lejos. No sé qué hacer ahora.

—Yo tampoco, pero ahí hay una estatua de vidrio, es chiquita, y no sé, podríamos...

—No vamos a romper nada, Michael.

—Oh, vamos, el hombre destruyó tu vida ¿y no eres capaz de romper una estatua de veinte centímetros? Venganza, Luke, deberías probarla.

Luke pareció pensarlo por algunos segundos, pero rápidamente volvió a la seriedad— No. Sólo vinimos a buscar pruebas, no a dejarlas.

—Maricón.

—Te escuché.

—Bien.

—Y la otra vez también.

—Genial.

Luke bufó y avanzó por la habitación— la cual parecía ser un dormitorio de huespedes— hasta llegar a una puerta, la cual conectaba con un gran pasillo. El rubio avanzó por este y fue abriendo puertas tras puerta, con Michael siguiéndolo detrás, diciendo qué cosas podrían romper, hasta que finalmente dió con el destino; el estudio.

—Al fin— murmuró mientras se dirigía a la gran biblioteca que había en este.

—Wow, cuantos libros, ¿te imaginas si hay algún pasadizo secreto que se abre cuando movemos alguno?

Luke ignoró al teñido, que comenzaba a tocar libro por libro, y buscó con la mirada algún posible lugar en el que la computadora de Dallas podría estar escondida.

—Bingo— susurró cuando la vio sobre un estante.

Se acercó a tomarla, pero antes de apoyar un dedo sobre ella, retiró su mano rápidamente.

—Michael, ¿trajiste los guantes?

—¿Los que dijiste que eran ridículos e innecesarios? Sí— respondió el teñido mientras le lanzaba su mochila a Luke para que los buscara— Están en el bolsillo más grande.

Luke rebuscó en la mochila hasta que los encontró, y con mucho cuidado se los colocó. Cualquiera que lo viera pensaría que estaba loco— hasta él mismo había dicho que era una locura—, pero era la mejor forma de asegurarse de no dejar rastro.

Una vez protegido, tomó la laptop y la encendió. Cuando finalmente estuvo prendida, la apoyó en el escritorio y comenzó a husmear.

—Si yo fuera Dallas, ¿dónde guardaría los borradores que robo?— se preguntó mientras entraba al explorador de Windows—. Seguramente no en mis documentos.

En la otra punta de la habitación, Michael seguía toqueteando los libros, esperanzado de que alguno lo llevara a algún pasadizo secreto.

—Luke, mira. Hay uno de tus libros aquí.

Rápidamente el rubio dejo de rebuscar en la computadora y dirigió toda su atención a Michael— ¿Qué?

—Si, «Abril y Julio».

—¡No lo abras!— gritó Luke, para luego acercarse a Michael y sacarle el libro de las manos.

—Algún día voy a leer tus libros, acéptalo— murmuró el ojiverde, algo molesto, a la vez que volvía a centrar su atención en la biblioteca.

—Michael, no te enojes— respondió Luke mientras dejaba el libro en un hueco.

—No entiendo por qué no me dejas leer nada tuyo.

the writer who can't write; mukeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora