—Es un milagro que estén vivos, les daré una retribución monetaria por los daños y perjuicios.

—El capitán Thompson me informo que la misión de rescate fue un éxito, ¿Ya interrogaron a los secuestradores? —pregunta el coronel.

—Estamos en eso. Fue un éxito gracias a usted, se cumplió al pie de la letra la estrategia que planeó —lo felicita— Me gustaría darle los detalles de todo lo que pasó, pero supongo que están cansados.

Lee mi mente, lo último que quiero es someterme a interrogatorios que duran cuatro horas. Lo único que me apetece es acostarme, llorar y lamentarme por lo que perdí.

—Voy a quedarme —dice Christopher— Hay puntos atrasados en la investigación que quiero comentarle.

Lo maldigo para mis adentros «¿No se cansa?» Obviamente no, se me olvidaba que el cansancio es para los seres humanos.

—Tenemos tiempo para eso, coronel, descanse al lado de su esposa. Sufrió mucho con lo que pasó.

El remordimiento me da una punzada en el pecho.

—No hace falta.

Si se queda me obliga a quedarme a mí también. Estoy en la investigación, por lo tanto, debo resumir las últimas novedades.

—Mi coronel —le hablo por primera vez después de la discusión que tuvimos en la selva— Solicito permiso para ir a casa por el día de hoy.

Me acribilla con los ojos e inmediatamente me arrepiento de haber hablado.

—Adelante —señala la puerta.

—Tómese el día de mañana —añade el general.

—Gracias —me despido.

Sabrina espera recostada en la pared.

Pertenece al área administrativa, así que no usa uniforme. Luce genial con un vestido negro entallado, tiene la melena recogida en un moño que deja detallar las facciones de su cara. Los tacones altos le suman elegancia a su delgada figura.

—¡Rachel! —se acerca cuando me ve— Deberías llamar a Bratt, está preocupado.

—No tengo móvil y la señal en Brasil no era muy buena —miento. La mujer del jet me ofreció un teléfono y lo rechacé, el puto miedo no me deja alzar la bocina.

—Es bueno saber que saliste ilesa de todo esto —se cruza de brazos.

La piedra plateada del anillo de casada le brilla en el dedo. Me arden las marcas de la piel.

—No me imagino el dolor de Bratt si te llegara a pasar algo.

Las palabras son sal en mi herida.

—Gracias —vuelvo a sentir náuseas— No quiero ser grosera, pero...

—¡Oh no te preocupes! —se aparta— Ve a casa y llama a mi hermano.

—Hasta luego —me despido.

Bajo al estacionamiento, me encierro en el auto e intento poner mis pensamientos en orden.

—Buenas tardes, teniente —me saluda la voz de Vicky —¿Iremos a casa o a algún lugar en especial?

—A casa, pero primero ponme en contacto con mis padres.

—Como ordene.

Mamá rompe en llanto cuando escucha mi voz, todos se ponen sentimental incluyendo a mi papá.

Durante media hora intento convencerlos de que estoy bien. Mamá sugiere que me retire y le respondo con un rotundo ¡No! Estoy en el mejor momento de mi carrera, no puedo echar todo a la basura.

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora