I

47 4 2
                                    



Lo había finalmente decidido. Teníamos que partir del campo de aislamiento lo más pronto posible. Raquel estaba igual de dispuesta a hacerlo, pero su hermano Martín creía que abandonar el campo no era necesario. Él tenía el cerebro lavado igual que todos los demás, y estaba convencido que afuera el peligro estaba a la vuelta de la esquina. Raquel y yo sabíamos que quedarse en un campamento en el cuál reinaban las protestas y guerras civiles no era la mejor decisión. Partiríamos a la madrugada aunque Martín se opusiera.

Preparé mochilas con provisiones, mudadas de ropa y armas de emergencia. No sabía con qué nos podíamos encontrar afuera, y después de escuchar los discursos del líder Trébol era difícil saber que creer. Raquel se encontraba frente a su habitación y observaba la puerta. Estaba preocupada, y muy apenada por su hermano Martín. Al pasar cerca de ella noté esa preocupación en su rostro. Sin pensarlo dos veces, le abracé y susurrándole al oído le dije "todo estará bien". Ella quedó perpleja, y después de unos segundos de considerarlo me abrazó también y lloró en mi hombro.

Desperté de un profundo sueño, y revisé con rapidez por la ventana que aún no hubiera amanecido. Me había despertado justo a tiempo. Me dirigí a la habitación de Raquel y entré sin siquiera preguntar. Estaba echada en la cama todavía, toda despeinada y con parte de su cuerpo desabrigado. Tardé en reaccionar, pero finalmente la desperté. Asustada ella me lanzó una cachetada y al darse cuenta de su acción dijo:

- Lo lamento Nicolás, me asustaste. ¿Acaso no te enseñaron a golpear la puerta?

- No te preocupes – repliqué- y perdón por eso, me dejé llevar.

Raquel sonrió muy levemente. Yo sabía que a ella le encantaba molestarme, y más si me sentía incómodo.

- Andando Raquel, es el momento.

Y lo era. Toda la guardia nocturna estaba dormida. O eso parecía. Había aprendido las posibles rutas de escape y descarté aquellas que resultarían imposibles o por las cuáles correríamos un gran peligro. Las cloacas eran las más seguras y el camino más fácil para llegar afuera. Salimos de casa, que por cierto era un contenedor, uno grande, y nos dirigimos directamente a una tapa de alcantarilla evitando las luces de los postes de observación y usando las sombras de los rincones para ocultarnos mejor. Levanté la tapa e hice que Raquel entrará primero. Todo estaba tan oscuro, y mientras ella bajaba me preocupaba no poder verla. Finalmente entré cerrándola tapa de la alcantarilla detrás mío. Cuándo la encontré en medio de la oscuridad la tomé de los dos brazos. Al hacerlo ella pegó un brinco y suspiró.

- Estás asustadiza hoy – exclamé, con un tono medio burlón- Vamos, que no podemos quedarnos aquí por mucho tiempo.

Raquel me torció la vista y me siguió.

Las cloacas eran un laberinto interminable. Parecía que girábamos en un mismo lugar, metiéndonos en todos los caminos posibles. Pero lo más aberrante no era el cansancio ni todos esos giros, sino el olor a podredumbre y las ratas que caminaban entre nuestros pies. En cierto momento me detuve porqué alcancé a ver algo que se nos acercaba. Con la mano le avisé a Raquel que se mantuviese en silencio y muy agachada. Después de esperar unos minutos en silencio y agachados, un hombre portando una linterna pasó por la intersección de al frente. Parecía un soldado de la armada azul, pero la falta de uniforme descartaba esa opción. El "soldado" no era del todo normal: tenía algo en su caminar que lo asemejaba a un robot o un zombi. Por suerte en ningún momento cambió su trayectoria, ni apuntó con su linterna dónde nos encontrábamos. Cuándo ya se alejó, hice señas a Raquel con la mano para seguir adelante. Avanzamos en silencio, y evitando pisar algo que llamará la atención.

Ya nos faltaba tan poco para llegar a la superficie. Lo dedujimos por la luz que se filtraba en una reja de desagüe. Cuándo nos encontrábamos en el "sprint final", alguien golpeó mi cabeza y caí derrumbado, pero totalmente consciente. Con la vista nublada alcancé a ver la escena: Raquel gritaba mientras veía a alguien. Intenté levantarme pero la falta de fuerza por el golpe no me lo permitió. Reconocí a mi atacante: Era uno de esos soldados con el cual nos cruzamos antes. "El soldado" tiró del pelo de Raquel que se resistía con todas sus fuerzas. Al ver eso, una furia y deseo de matar recorrió mis venas. Me levanté y tomé un tubo roto que yacía a mi costado. Golpee al soldado con todas mis fuerzas. Este no mostró dolor, mucho menos importancia al golpe. Quedé perplejo, pero eso no impediría que acabase con él. Empecé a golpearlo sin cesar. Nunca había sentido algo así. Cuando el "soldado" dejó de ejercer fuerza sobre ella, la tomé del brazo y salimos corriendo hacia la salida. Por suerte no nos seguía, aunque eso fuera muy sospechoso. Abrimos la reja y salimos a la superficie.

                                                                                            

Resistencia BWhere stories live. Discover now