Pasan cuarenta minutos, aún no hay señales del dichoso coronel. Sabrina sigue hablando mientras arroja una que otra indirecta.

El estómago me ruge de hambre, encima mi cerebro empieza a asquearse de las tonterías que suelta la rubia. «Rabia y hambre no son una buena combinación».

—Bratt podríamos...

—Lamento la demora —dice una voz áspera y suave a mi lado. Enderezo la espalda en tanto mis sentidos se ponen alerta cuando mi nariz percibe un exquisito olor amaderado.

Coacciono y alzo la vista. Siento que algo me atropella cuando lo observo, quedo perpleja e hipnotizada con lo que captan mis ojos. De la nada, el pulso se me acelera, la respiración se me agita, me siento mareada y desorientada.

Bratt se levanta a saludar al semental que tengo al lado, por educación debería hacer lo mismo, pero mi cuerpo no recibe órdenes de mi cerebro, está en blanco. Sólo me quedo allí, sentada, mirando al que se supone es el esposo de Sabrina.

Si su voz me dejó en shock, verlo me dejó sin dar señales de inteligencia.

—No importa —Bratt le da un gran abrazo— Sabemos cómo se pone la ciudad con la lluvia.

Es alto, guapo y candente, que playboy ni qué actor de cine. Es belleza pura, está vestido con un traje negro sin corbata con la chaqueta abierta sobre su ancho tórax.

«Necesito un babero y un par de bragas nuevas».

Bratt me toma la mano para que me levante.

—Mi novia —me presenta— Rachel James.

Me pongo de pie con las rodillas temblorosas, al tenerlo de frente recibo el verdadero impacto.

Su rostro, ¡Dios! no podría describir su rostro, parece tallado por un ángel. El cabello negro, húmedo por la lluvia, cae sobre sus cejas. Mis ojos se centran en los suyos, son de color gris cubiertos con espesas y largas pestañas «La perfección física si existe y se llama Christopher Morgan».

—Cariño —continua Bratt— Él es Christopher...

—El coronel Christopher Morgan —interrumpe Sabrina poniéndose de pie. Se le pega al brazo como si se lo fueran a quitar.

—Un placer —responde de forma seria alargando la mano para saludarme.

El contacto libera un torrente de emociones que vuelan y revolotean por mi estómago, «¡Santa mierda!» las rodillas se me quieren doblar.

—El placer es mío —bajo la mirada. Me intimida y no quiero que me vea las mejillas encendidas.

El camarero llega con una botella de champán, también trae las cartas para ordenar. No soy capaz de leer el menú ya que mi cerebro sigue sin funcionar.

Sabrina sugiere platos para todos, no le llevo la contraria. En este momento tiene más sentido común que yo.

Hablan entre ellos, mis ojos quieren volver a mirarlo y hago todo lo posible por aguantar las ganas, «Sé fuerte Rachel, es un ser humano, no viene de otro planeta». En un momento de debilidad volteo hacia su dirección, está alzando su copa de champán, un leve movimiento en su cuello muestra lo que parece ser un tatuaje.

La cena transcurre y a duras penas puedo comer lo que me sirven debido a que hay una tensión que surgió no sé de adonde. 

—¿Qué pasa amor? —Bratt toma mi mano— Estás muy callada.

Me doy una cachetada mental e intento volver a la realidad.

—Estoy un poco cansada.

Me surgen las ganas de volver a mirarlo.

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora