Capítulo 8

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Katrina estaba en el elevador que la llevaría a su oficina. Se preguntaba si aún tenia trabajo, si todo seguiría como antes de que la atacaran, se preguntaba mil cosas, pero una de ella y la mas importante era... ¿Qué pasaría ahora con Edward? ¿De verdad le tomo la palabra y se fue de su vida?

- ¡Katrina! ¿Por que no estás en tu casa?

Al girarse Katrina se encontró a la asistente personal del gerente general de la editorial. Muy pocas veces la había visto pues era una mujer que estaba todo el día ocupada encargándose de su trabajo, además de las tareas banales que le encargaban, como traer más café a la oficina.

- Pues la última vez que yo supe trabajaba aquí, y hasta el momento no me han informado de lo contrario. 

- Tu marido ha dado ordenes que si no desean que la demanda sea peor, no puedes trabajar hasta que el juicio termine

- ¡¿Quien haz dicho que puso esas exigencias en mi nombre?!

- Pu... pues... tu marido.

Al menos la pregunta que más la mortificaba estaba resulta; él no había salido de su vida. Las palabras de la noche anterior volvieron como agua fría a su cabeza, pues solo le dio dos opciones y ella no le contesto. Sin hacer más preguntas, supo que él había elegido por ella.

- ¡Este es el colmo! ¿Como se atreve ese estú...

- Cuidado con lo que dices, cariño. Puede que la gente se cuestione el por que te pedí ser mi esposa, más cuando yo presumo de MI mujer.

Esa voz tan sexy, tan masculina, no la haría claudicar.

Edward se acerco a ella, la tomo de la cintura e ignorando sus improperios y enojo, la beso. La beso de aquella manera que siempre la hacia temblar de los pies a la cabeza. 

- Quiero saber, ¿qué estás haciendo?

- Yo te di dos opciones, te di toda la noche para pensarlo e incluso parte de la madrugada. Ya que no me respondiste creí que elegiste la opción de deshacerte lo más pronto posible de mí, así que deja de enojarte y sígueme el juego.

Edward decía todo en susurros. Él no deseaba que la gente se enterara de sus planes, deseaba empujarla a que fingiera ser su prometida para poderla conquistar de nuevo. Nunca fue un buen perdedor, mucho menos ahora que descubrió que sin ella, la vida no la disfrutaba igual.

- Déjame hacer esto -Él suplico, tomando ambas mejillas entre sus manos  -Déjame intentar arreglar todo el mal que anteriormente te hice. Sé que no puedo borra nada, pero al menos la poca conciencia que tengo, mi corazón asqueroso, puede estar tranquilo.

- Sueltame antes de que quite tus manos de encima por la fuerza; y otra cosa, aún no he decidido nada. Vayamos a fuera y hablemos, por que no pienso darte una segunda oportunidad, no soy de ese tipo de mujeres.

Él la soltó pero mantuvo una de sus manos en la cadera de la pelirroja. Ella le lanzaba dagas con los ojos, pero no lo alejo. Aún no sabia si aceptaría la proposición de Edward sobre la demanda y todo el teatro sobre fingir estar comprometidos, así que le permitió el contacto, pues si daba su visto bueno, debía mantener las apariencias.

- Perdona por mi dramática reacción, Lizbeth. No sabía que mi prometido había hablado ya con el gerente. -Ella sonrió de la manera más dulce posible y recostó su cabeza en el hombro de Edward -No volveré a la oficina hasta nuevo aviso, pero si tu jefe u otra persona me busca, que llamen a mi prometido, él me pondrá al tanto.

- Vamos a desayunar, cariño. Es temprano y tu cafetería favorita está cerca -acaricio su oreja con la nariz -Te vendría bien un café con esa figura de canela en forma de corazón que te gusta.

Lo que me cuesteWhere stories live. Discover now