Toma una pequeña siesta

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—Te lo digo, ese mal nacido de Sooman no es nada más que eso: un puto mal nacido —se comenzó a escuchar la plática entre ambas personas al abrir la puerta y salir a la azotea—. Ahg, maldita oscuridad, ¿qué acaso no pueden poner ni un puto par de focos aquí arriba? —eran dos de los conserjes que día a día se encargaban de la limpieza del instituto, no eran más que un par de viejos ermitaños que de todo se quejaban debido a que odiaban su asquerosa y aburrida vida; Jisung en serio esperaba jamás convertirse en alguien así, por eso siempre se mantenía en el lado positivo del camino para no amargarse.

—Pero nosotros sabemos demasiado, él no puede echarnos de aquí sin antes darnos la parte que nos corresponde —no sabía de qué iba, pero en definitiva estaban hablando sobre el director Sooman, ¿qué se traían esos entre manos?

—Claro que el muy maldito puede deshacerse de nosotros sin mayor problema, argumentará que somos unos simples conserjes, inventando que no son más que habladurías nuestras —lanzó un escupitajo, enfurecido. Iugh.

Ambos hombres comenzaron a descolgar y doblar cada una de las sábanas que para ese momento ya estaban secas, supuso que las guardarían en la bodega de ropa limpia hasta que tocara el cambio de ropa de cama para cada habitación, lo cual sería en unos cuantos días más; eso alegró a Mark porque sus sábanas estaban un poco manchadas por el jugo de naranja que se le cayó el otro día.

Los hombres estaban sumergidos en su plática y en su trabajo de doblar sábanas, y los pequeños seguían escondidos detrás del tambo de agua, deseando que los otros se fueran, pues estaban agachados de cuclillas para no ser vistos, y permanecer en esa posición por demasiado tiempo era realmente cansado, incluso Mark ya no sentía su pie izquierdo.

—Necesitamos evidencia, ya teniendo esa evidencia lo chantajeamos con decírselo a los del consejo escolar y así ya nos da nuestra parte —colocaron la última sábana limpia dentro de unas canastillas de plástico, comenzando a dirigirse hacia la puerta.

Un sonoro ruido se escuchó, haciendo que los conserjes se detuvieran y miraran fijamente hacia donde estaban escondidos los chicos. Asustado por el estruendo, Jisung miró a su costado, notando a su amigo en el suelo, sobándose la cabeza.

Mark no había podido resistir más en la posición en la que se encontraba y sin poder evitarlo cayó, golpeando con su cabeza uno de los tambos de aluminio con los que se cubrían de la vista de aquellos hombres.

Escucharon pasos acercándose a ellos, y agudizaron sus instintos, temblando y cuidando de no hacer ningún otro ruido, incluso rezando para no ser descubiertos. En ese instante, por milagro del señor, un roedor salió corriendo de su escondite, seguramente asustado por el repentino golpe.

—Eh, Seokho, déjalo, hombre, no son más que ratas —habló el que aún seguía cerca de la puerta, dispuesto a terminar aquel trabajo e ir a descansar—, que la próxima semana vienen los exterminadores.

El que estaba más cerca de ellos no se movió, achinando los ojos, escaneando el lugar. Fueron unos segundos eternos para ambos chicos, pensando lo peor, creyendo que en cualquier momento notarían su presencia y serían llevados al sótano como castigo por estar en una zona prohibida. Pero gracias al cielo, el hombre dio la vuelta y entró al edificio, seguido del otro, sólo en ese momento ambos chicos sintieron que podían volver a respirar, relajándose inmediatamente después de que se cerró la puerta.

—Creí que moriríamos —comentó Jisung, con una mano sobre su pecho, respirando pesadamente.

—Lo siento, casi nos descubren por mi culpa —habló Mark—, fue eterno. Y me duele horrible la cabeza —se sobó el lugar donde se había golpeado.

—Creo que mejor nos vamos antes de que alguien más vuelva a entrar —se puso de pie, sacudiéndose el polvo de sus pantaloncillos azul marino—. No quiero tener que esconderme en este lugar de nuevo, unos minutos más aquí y nos hacemos amigos de las ratas.

—No te quejes, gracias a una de ellas estamos a salvo —comentó divertido.

Ambos rieron por lo tonto que sonaba la situación, y caminaron a la puerta, revisando que no hubiera nadie más en los pasillos.

Rezaban por que no fueran pasadas de las nueve de la noche sino estarían fritos al no haber llegado al chequeo nocturno de habitación. Apresuraron el paso y sigilosamente entraron a la habitación que compartían con sus otros cinco amigos.

—¿En dónde rayos estaban?, ¿saben qué hora es? —habló Haechan en cuanto los vio entrar.

Todos ya llevaban puesta su respectiva pijama a rayas, listos ya para el chequeo.

—Vamos, ¿qué esperan?, vístanse rápido —los apuró Jeno, lanzándoles ambas pijamas.

Ambos chicos reaccionaron al instante, quitándose los pantaloncillos y desabotonando las playeras, quedando en bóxers, pero no les importaba cambiarse en frente de los demás, pues incluso algunas veces hasta compartían la ducha, esa era una de las ventajas de ser chicos.

En cuanto el profesor Gu entró a la habitación, los siete chicos se formaron en una fila horizontal, cual soldados esperando instrucciones del sargento.

—Mark —nombró el profesor Gu, paseándose frente a ellos, sin siquiera mirarlos, yendo justo al grano.

—Presente.

—Jeno.

—Presente.

—Renjun.

—Presente.

—Haechan.

—Presente.

—Jaemin.

—Presente.

—Chenle.

—Presente.

—Jisung.

—Presente.

—Bien, hora de dormir, niños —y sin más, salió de la habitación, apagando el interruptor de las luces, dejándolos en completa oscuridad, y todo sin siquiera haber despegado la vista de la lista de asistencia.

Ya no les sorprendía aquello. Cada noche era lo mismo: el profesor Gu entrando a la habitación, siendo totalmente borde con ellos, pasando lista para verificar que todos estuvieran en la alcoba con la pijama puesta, y saliendo al haber terminado el chequeo; y así era en cada habitación del instituto.

Cada uno de los chicos caminó hacia su respectiva cama, ya acostumbrados a hacer el camino a la cama en completa oscuridad.

—Buenas noches, chicos —se despidió Renjun, con un profundo bostezo.


Pasaba un poco más de la media noche, lo sabía gracias al reloj redondo de manecillas sobre su escritorio. De nuevo era el único que estaba despierto, pero esta vez no se debía a su recurrente pesadilla que lo acechaba cada noche y hacía que se despertara exaltado, sino a que simplemente no tenía sueño por la siesta que tomó hace una horas en la azotea junto a Jisung, ¿por qué rayos se había quedado dormido en la tarde?, ahora por eso no podría dormir y en la mañana tendría una ojeras de mapache. Suspiró, dando vueltas en la cama por millonésima vez esa noche.

Las manecillas del reloj seguían contando cada segundo que pasaba, con aquel ruidito mecánico al moverse. Eso alteraba a Mark. Suspiró, fastidiado de no poder caer dormido, dando una vuelta más en la cama. Recorrió cada cama en la habitación con la mirada: Chenle, como siempre, dormido totalmente boca arriba, con las sábanas pulcramente acomodadas sobre su pequeño cuerpo; Jeno, cubierto hasta la cabeza son las sábanas; Jisung... ¿en dónde estaba Jisung?, su cama estaba vacía, pero jamás escuchó que éste se levantara.

Extrañado por la situación, Mark se puso de pie y caminó con los pies descalzos hacia la cama del pequeño, y efectivamente, estaba totalmente vacía. Posó una mano sobre el colchón, aún se sentía vagamente el calor corporal en donde se suponía debía estar su amigo. Miró alrededor. La puerta.

Volvió a echar a andar sobre la fría madera del suelo, en dirección a esa puerta.

El brillo rosado era ligero pero a la vez segador. Giró la manija, expectante por lo que podría suceder, como la vez anterior. Y entró. Caminando por entre la niebla rosada. 


Come into my Dream [Mark & Jisung]Where stories live. Discover now